A lo largo de la legislatura más cruel de la historia reciente en incremento de la pobreza que duele personalmente, según el INE, solo recuerdo tres momentos de violencia individual descontrolada. El primero, un conductor español obsesionado y casi suicida alunizando contra la sede central del PP ¿qué pasó con ese hombre?; El segundo, un presidente de los nervios “acariciando” en público a su hijo, de 10 años, porque lo dejó en ridículo ante un locutor deportivo. ¿Había soñado esa noche con el miedo a perder su blindaje y el aparato del Estado entrando otra vez en Génova 13 con la ley en la mano? El tercero, un menor, no tonto y protegido por la edad y por sus padres importantes, golpeando en público a su familiar más famoso. Rendimiento conseguido con el puñetazo: Rajoy, catatónico desde el lunes 14 resucita 48 horas después para ocupar, quizás con k, todas las portadas a una distancia perfecta de las urnas, recibir las carantoñas de Merkel y, por si faltaba algo, juntar en la misma frase y en voz bien alta las palabras Pontevedra y “política”, que nadie que no fuera sospechoso había mezclado hasta ese momento. Más portadas más cerca del 20D y también, por si nos habíamos equivocado, diciendo una cosa pero insinuando la contraria, en plan víctima elegante. En resumen, una gestión del incidente que le permite conseguir publicidad sin coste y tocar los sentimientos de millones, porque sabe que el ánimo es un estado que se puede alterar incluso con el vuelo de una mosca impertinente. Para terminar, se me ocurren dos preguntas: ¿No hubiera sido lo más digno que ni él ni ninguno de los suyos abrieran la boca? Y otra: ¿Qué le ocurre a cierta derecha gobernante que, cuando pierde o teme perder se enreda con episodios de violencia, esté o no implicada en ellos? No podemos evitar que nos vengan a la cabeza julio del 36, febrero del 81, marzo de 2004 y el miércoles pasado, una secuencia inapelable de derrotas en las urnas, distintas unas de otras pero siempre desde el gobierno y, además, todas y las únicas en las que fracasó, fracasaría o fracasará mandando durante los últimos 80 años, que se dice pronto. A esto es a lo que llaman ser muy malos perdedores. Nos queda un consuelo, porque han evolucionado de la violencia mortal a la violencia patética. Quizás debamos decir “gracias, Europa, por ayudarnos a contener a nuestros peores demonios”.