“Mi corazón se regocija en Dios, mi Salvador” (1 Sam 2, 1). Queridos hermanos y amigos: os invito a uniros a mí en esta acción de gracias al Padre, que me ha elegido para cuidar a su familia; al Hijo, con el que he sido configurado para ser pastor de su rebaño y al Espíritu Santo, que me ha fortalecido con su gracia y me ha consagrado para servir a la Iglesia de Dios. Hoy mi corazón rebosa de júbilo y siente gratitud a este Dios que, a pesar de mis flaquezas y de mis muchas debilidades, ha querido contar conmigo y encargarme un ministerio tan extraordinario. Tiene razón San Pablo cuando dice que hemos sido “encargados de este ministerio por la misericordia de Dios” (2 Cor 4, 1). Por eso, ¡cantaré por siempre tu misericordia, Señor!
Siento enorme gratitud a la Iglesia de Dios, cuerpo de Cristo, misterio de comunión, esposa amada del Señor. Gratitud por el don de la fe que recibí a través suyo cuando fui bautizado el 29 de agosto de 1961 en la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús de Elche. Gratitud a la Iglesia de Orihuela-Alicante, en la que fui incardinado el 29 de septiembre de 1985, al recibir el don precioso del sacerdocio. Gratitud a esa Diócesis, a quienes han sido sus Obispos, a mis compañeros sacerdotes y a los fieles cristianos de aquella tierra, a quienes he tenido el privilegio de servir.
Hasta ahora la Iglesia de Cristo ha tenido para mí un rostro concreto, cuyo nombre ha sido “Orihuela-Alicante”. Desde hoy esa Iglesia tiene otro rostro y otro nombre: Menorca. El anillo que he recibido me recuerda que esta Iglesia es mi esposa, a la que debo ser fiel. Vengo a vosotros con espíritu de servicio, dispuesto a gastarme cada día por amor a vosotros y a vivir para este pueblo que se me confía. Os ruego que me acojáis como quien viene en el nombre del Señor. Tened paciencia con mis deficiencias y ayudadme a crecer como Pastor vuestro y vicario de Jesucristo.
Estoy, como proclama mi lema episcopal, al servicio de vuestra alegría. Cuando un corazón ha sido tocado por la misericordia –acaba de recordar el Papa Franciscoproduce alegría (MM, 3). Frente al vacío profundo que viven muchos de nuestros contemporáneos, deseo ser testigo de la verdadera alegría, que brota del misterio pascual y que conduce al encuentro con Jesucristo, que sana y llena el corazón del hombre.
Deseo que mi corazón, como también mi casa, esté abierto a todos para acoger, escuchar, aconsejar y ayudar. Abierto, de modo particular, a tantas personas que no cuentan con lo necesario, a quienes la sociedad actual ha dejado en los márgenes, para restituir su dignidad de hijos de Dios.
A los fieles de Menorca os digo que entre todos hemos de edificar la comunión diocesana. Todos hemos sido llamados, consagrados por Dios y enviados a proclamar las obras maravillosas de Dios, que nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable (cf. 1 Pe2, 4-10). Cuento con todos vosotros para seguir anunciando el Evangelio del Reino y proclamando el nombre de Jesucristo entre las gentes de esta tierra.
Siento particularmente cercanos a los sacerdotes de mi Diócesis de Menorca. Tiene un significado particular que hayamos concelebrado por primera vez la Eucaristía, porque ella es la que edifica nuestra Iglesia y hace que nosotros podamos ser el “Cuerpo de Cristo”. Al servicio de esta Iglesia trabajaré con ilusión junto a todos vosotros, mis colaboradores más estrechos.
También vosotros, diáconos, sois una ayuda extraordinaria para mi ministerio. Habéis sido consagrados por la imposición de las manos y fortalecidos con el don del Espíritu Santo para servir a esta Iglesia con el anuncio de la palabra, el servicio del altar y el ministerio de la caridad.
Cuento con todos los miembros de la vida consagrada, que enriquecen nuestra Iglesia diocesana con la diversidad de carismas y servicios que prestan a la misma. Vuestra colaboración es necesaria para la edificación de nuestra Iglesia.
Y, de una manera muy especial, cuento con los fieles laicos, en cuyas manos está de manera singular la evangelización del mundo actual. Vosotros hacéis presente a la Iglesia en el corazón del mundo y lleváis el clamor del mundo al corazón de la Iglesia. Estoy convencido de que sin un laicado maduro no se puede formar plenamente una Diócesis (cf. AG 21). Es hora de sacar la fe a la calle, de poner a Cristo en el corazón de este mundo. Es la hora de los laicos.
Cuento también con los seminaristas de nuestra Diócesis, que son nuestra esperanza y ánimo, al mismo tiempo que invito a tener la pastoral vocacional como una de nuestras prioridades.
La Iglesia existe para evangelizar. Nuestra Diócesis de Menorca existe para anunciar a Jesucristo entre los hombres y mujeres de esta isla. Al servicio de la evangelización tendremos que poner todas nuestras personas e instituciones, sin miedo a prescindir de todo aquello que no ayude a proclamar el Evangelio e intentando abrir caminos nuevos para llegar al hombre contemporáneo.
Os pido que sigáis orando por mí. Me reconforta especialmente saber que cuento con vuestra oración, porque creo que sólo la oración de la Iglesia puede sostener este ministerio. Pedid al Señor que sea una realidad cada día la configuración con él que he recibido por la ordenación, de manera que mis pensamientos, sentimientos y comportamientos sean guiados por la luz que dimana de Él. Rogad para que toda mi persona se ponga al servicio de la misión recibida de los Apóstoles, como sucesor suyo.
Antes de terminar permitidme que exprese particularmente mi gratitud, en primer lugar, a quienes puedo llamar ya “hermanos” Obispos, pues somos miembros del mismo Colegio y compartimos la misma misión. La imposición de las manos y el beso de paz recibido me hacen sentirme particularmente unido a vosotros. Gracias al Cardenal Antonio Cañizares, nuestro Arzobispo metropolitano, que ha sido el ordenante principal. Al Cardenal Ricardo Blázquez, Arzobispo de Valladolid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española. A mi querido D. Jesús Murgui, hasta ahora Obispo mío. Además de “hermano” puedo llamarle también “padre”, porque como tal me ha tratado. Gracias a D. Victorio, D. Rafael y todos los demás Obispos que me acompañáis en este día.
Gracias de manera especial al Administrador diocesano, Mosen Gerard Villalonga, que durante dieciséis meses ha regido fielmente esta Iglesia junto al Colegio de Consultores. Gracias por vuestro servicio; sigo contando con vosotros para iniciar mi ministerio. Me alegro de que un buen número de sacerdotes de la Diócesis estén presentes en este momento, expresando de esta manera la comunión con su Obispo.
Y mis palabras de gratitud se dirigen también a los fieles que me habéis acompañado desde la Diócesis de Orihuela-Alicante y que me traéis el calor de la amistad y la fe compartida. A los compañeros sacerdotes que habéis hecho el esfuerzo de venir. Gracias, porque me hacéis sentir cercano al presbiterio de donde he salido y al que quiero de verdad. A los seminaristas que habéis venido: vosotros representáis para mí a todos aquellos a quienes durante 24 años he estado enseñando. A muchos fieles de la Diócesis, a quienes tuve la oportunidad de tratar y conocer durante los 16 años en que fui vicario general. Y, muy especialmente, a los queridos feligreses de la Basílica de Santa María de Elche. He vivido con ellos tres hermosos años de mi sacerdocio, en los que he sido muy feliz. Os agradezco de corazón vuestra presencia y compañía.
Gracias a mis hermanos y sobrinos, presentes en la celebración, que me traen el calor del hogar donde crecimos y aprendimos a creer, junto con nuestros padres, Paco y Rosita.
Gracias también a las autoridades presentes, autonómicas, insulares y locales así como las procedentes de mi tierra. Vuestra presencia es signo de que valoráis a esta Iglesia de Menorca y lo que aporta en la construcción de nuestra sociedad.
Gracias a los representantes de la Iglesia Evangélica. Si bien la comunión no es completa, son muchos también los puntos de unión y hemos de continuar trabajando juntos a favor de la dignidad humana, orando y dialogando para que el Señor nos conduzca hacia la completa unidad.
Gracias a los medios de comunicación que han hecho posible la transmisión de esta celebración a toda España o que informaréis posteriormente a vuestros lectores. Un saludo muy cordial a todos aquellos que nos han seguido a través de la radio y de la televisión, especialmente a los enfermos e impedidos..
Gracias, finalmente, a los que habéis preparado con tanto esmero esta celebración. Gracias al Cabildo de la Catedral, al Rector de la Catedral D. Josep Manguán, al maestro de ceremonias, D. Joan Miquel Sastre, a la Capella Davidica de la Catedral y al Barítono Joan Pons, etc.
Pido a Santa María en su advocación de Virgen de Monte-Toro, que sostenga mi empeño de configurarme vitalmente con Cristo y de servir a la Iglesia. Asunta al cielo, ella sigue cuidando de los discípulos de su Hijo. En estos días la siento particularmente cercana a mi persona y le pido que me ayude a conducir hasta Jesucristo a este pueblo de Menorca.
Como “Hoja de Ruta”,más bien otoñal… A ver los próximos 100 dias con St. Antoni como Test .