Reconozco que estoy bastante cansado de estar escribiendo semana tras semana, con pocas excepciones, del monotema de la epidemia de la covid-19, y que cada vez pienso en escribir de otros aspectos de la actualidad o del discurrir de las cosas, pero al comprobar lo que viene sucediendo cada día, y desde mi doble condición de médico y microbiólogo, no puedo evitar volver a incidir en algún aspecto de la pandemia.
La verdad es que las cosas no van bien. Asistimos a un crecimiento constante de casos nuevos y a la necesidad de que determinadas zonas, o provincias enteras, retrocedan a la fase dos de la famosa desescalada o deban ser sometidas a confinamiento perimetral. No estamos controlando bien la evolución de la pandemia en la nueva normalidad.
Para que las cosas funcionen razonablemente bien es necesario que todos, todos, cumplamos con las medidas de protección propuestas desde la administración y los expertos. El uso de mascarilla en ambientes públicos, cerrados y abiertos, y también en locales y domicilios privados si no son nuestra vivienda habitual, e incluso en ésta cuando estemos en contacto con visitas que no conviven con nosotros, aunque sean familiares cercanos. El mantenimiento de la distancia de seguridad, la higiene constante de manos y la desinfección de superficies de contacto, son fundamentales para contener la diseminación de la epidemia.
A pesar de todo habrá contagios, porque el virus circula y gran parte de la población es susceptible a contraer la infección, pero cuanto más restrinjamos las posibilidades de transmisión, menor será el número de casos nuevos. Y para controlar la diseminación de nuevos casos es fundamental la vigilancia epidemiológica por parte de la administración. Y para ello es fundamental la capacidad de detección de posibles casos nuevos, la rapidez de la confirmación diagnóstica y la labor de rastreo de todos los contactos, los próximos y los casuales.
El comportamiento de muchos ciudadanos está siendo ejemplar, pero también hay muchos que no están siguiendo las recomendaciones. Hay demasiada poca distancia en muchas mesas de bares y restaurantes, hay demasiada conversación y risas con demasiada cercanía entre las caras sin mascarilla. Tampoco se guardan las distancias adecuadamente en mercados y grandes superficies, y no digamos de los saraos lamentables montados por turistas borrachos en Magaluf y Playa de Palma. Las prisas por recibir turistas y empezar a enderezar la economía pueden resultar letales, debido a que, por desgracia, gran parte del turismo que recibimos no es más que pura purria, lo peor de cada casa, pero es lo que nos hemos buscado después de décadas de promocionar el turismo de borrachera y todo incluido.
Si todo lo que tiene que venir de Alemania y el Reino Unido son estos tiparracos, mejor cerrar los aeropuertos; si no, tendremos que acabar cerrando igual y con la mitad de la población infectada.
En cuanto a la investigación epidemiológica de contactos, no parece que dispongamos del número adecuado de rastreadores para llevar a cabo la tarea de modo eficiente, aparte de que tampoco se pone en marcha el mecanismo con la rapidez suficiente, debido a que la confirmación diagnóstica de los casos sospechosos tarda en ocasiones demasiado.
Considerada en conjunto, por tanto, la situación no invita al optimismo, y eso que estamos en verano. ¿Qué pasará cuando llegue el otoño y empiecen las clases del nuevo curso escolar y la epidemia de gripe se solape con la de la covid-19?