Gente haciendo cola para entrar en una panadería de pueblo, el buzón lleno del teléfono móvil de un restaurante de costa, el inacabable ir y venir de vehículos en la carretera general, el valor del metro cuadrado en la playa. “Nos han invadido”, afirmaba ayer una menorquina anónima. Es difícil recordar un episodio similar en la Isla, que ha pasado de anhelar una temporada turística de envergadura, a temblar ante tanto ruido. ¿Hasta cuándo podrá soportar Menorca esta situación?
Es muy posible que hasta el año que viene, cuando la pandemia devuelva la normalidad al turismo. Lejos del coronavirus, la oferta se multiplicará, especialmente la internacional, porque muchos de los actuales viajeros han hallado en la Isla -más allá de su enorme belleza-, la tranquilidad, la cercanía y la situación epidemiológica que no han podido encontrar en otro lugar.
La vacuna debería actuar como herramienta de regulación de un mercado que, muy posiblemente, devuelva a Menorca a su posición natural.
Es difícil imaginar una temporada como la actual. Porque el dinero es bienvenido, pero nadie debería olvidar que el turista ha venido a la Isla atraído también por el valor de su entorno. Menorca ha sido pionera en muchas cosas, como la protección de su territorio, la limitación de su espacio y la renuncia sistemática a sobreexplotar sus recursos. Esa es su marca. Guste o no. Un somero recorrido por las opiniones de los viajeros así lo constata, más allá de cifras de ocupación y porcentajes de plazas hoteleras.
Hace unos años, un rostro muy conocido de la política balear, dejó (antes de entrar en la cárcel por corrupción) una frase que resume a la perfección el escenario en el que se encuentra hoy Menorca: “En un apartamento de 40 metros cuadrados no pueden vivir 9 personas”. Pues eso.
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