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“Cenas veraniegas”

Un artículo de Jaume Santacana

Cena con amigos.
Cena con amigos.

En plena canícula –zona temporal en la que nos encontramos de lleno- se suelen montar una enorme cantidad de cenas, aunque no se sepan, exactamente, los motivos. En muchos casos, ni los hay.

Aparte de las consabidas y criminales cenas familiares o las concertadas con amigotes groseros (o ambas dos simultáneas, las peores), se trata, en muchas ocasiones, de encuentros con personas que no guardan ninguna relación entre sí, tal como las bodas, un espanto esperpéntico. En estas últimas cenas (sin apóstoles ni consagraciones mágicas),normalmente, no existen vínculos de tipo familiar ni, mucho menos, de amistad entre los comensales. Está claro, por lo tanto, que siempre hay alguien, detrás (persona o entidad) que ha organizado el evento. Alguien con poco trabajo a sus espaldas y muchas ganas de tocar las pelotas, con perdón por el exabrupto esférico.

Y entonces sucede que uno se encuentra sentado en una mesa, en un rincón del jardín, con cuatro bombillitas de colorines de un mal gusto que ahoga, cerca de una piscina y rodeado de personas que, prácticamente, desconoce. Esa circunstancia –bastante desagradable- induce, después de las debidas presentaciones, a comentar, a lo largo de la cena, diversas opiniones sobre temas de escaso interés; puros tópicos, generalmente. Al tratarse de comensales desconocidos entre sí, uno tiene que mesurar muy finamente, el tono de los comentarios: puede haber algún socialista, algún gay, algún miembro recalcitrante de la derecha más radical, un sacerdote de incógnito, un comunista, un machista retorcido, un espía albanés, una señora guapísima, eso sí) dedicada en cuerpo y alma a la ortodoncia pura y dura, un lector de Azorín, un fabricante de preservativos, o bien un militar.

Ese problema nunca sucedería en una mesa con amigos o con familiares, donde cada persona conoce los gustos y las tendencias, de todo tipo, de los otros comensales; en este caso, las conversaciones son sobadas, sabidas y generalmente aburridas. Pero ahí estamos.

Ante la terrible disyuntiva de qué temas se pueden tratar –sin mácula para los invitados- y no caer en el simple topicazo – propongo algunos ejemplos de conversaciones posibles; son asuntos que pueden llevar a una cierta polémica, sin llegar a las manos. Algunas temáticas son de rabiosa actualidad, mientras que otras se pueden considerar universales y atemporales. Se recomienda mezclarlos. Así pues, ahí van:

La “roja”: golazo a la prima de riesgo (este tema es excelente, porqué se puede unir economía, política, y deporte.

Isabel Pantoja y sus tejemanejes; puro arrebato.

Prostitución y toros (siempre queda bien soltar un tema que, en principio sorprenda…)

El filósofo Kant: ¿un sonado? Historia de un farsante. (En este caso, uno se puede lanzar a defender o atacar a Kant, con la seguridad de que nadie en la mesa sabrá quién es; aunque todo el mundo se añadirá a la discusión. Este tema ayuda a sumar minutos y, por lo tanto, reduce el tiempo de la tortura, la cena de marras)

¿Se debe freír antes la cebolla que las patatas, en las tortillas de patatas y cebolla? (La gente agradece, enormemente, aquellos temas gastronómicos de profundidad. Ayuda mucho a la potenciación de esta discusión, si se saca a colación, mientras se “saborea” una criminal pierna de cordero, encharcada de jugo torrencial y acompañado (¿acompañado?) de unas patatas aceitosas, grasientas y escabrosas)

¿Es el amor una senda hacia el pecado? (Muy apropiado si se observa, de soslayo, la presencia de un cura progre)

La batalla de las Termopilas como gran fraude histórico y su relación con el problema kurdo. (Al no existir ningún tipo de relación científica, el personal agradece que alguien se lance con una teoría novedosa i epatante: por ejemplo sosteniendo que los “termópilos” pillaban unas “curdas” de campeonato cuando se dirigían a las batallas; después de los combates, si ganaban, también se beneficiaban a algunas “kurdas” de conducta licenciosa…)

Masturbación y ceguera. (Hay que darle fuerte al tema, principalmente entre el final del helado de machucambo al verdejo y el café. ¿Existía alguna razón rigurosa y científica para que algunos catequistas de los años cincuenta relacionasen estos dos fenómenos? Tema para machos venidos a menos, principalmente. ¿Son las señoritas más recatadas en este aspecto? (“Tocar” la cosa con discreción sin que las señoritas de la mesa se ruboricen más de la cuenta)

Y, para finalizar: Napoleón Bonaparte, ¿sufrió los estragos de enfermedades tales como el moquillo o la glosopeda?

Queda claro que, con estos breves ejemplos, no se agotan las posibilidades y que existen otros registros que tocar, pero no dejan de ser temas ya probados y que han dado unos resultados impecables.

Sacar todos estos temas en una sola cena, lleva (mas o menos) unas seis horas y media; que es lo que suelen durar estos magníficos eventos sociales.

Qué Dios nos coja confesados…


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