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“Una dedicatoria truffauniana”

Un artículo de Josep Maria Aguiló

François Truffaut.
François Truffaut.

El libro seguramente más popular del gran director francés François Truffaut, uno de mis cineastas favoritos, quizás sea «Las películas de mi vida», que fue editado en España por vez primera en 1976, por Ediciones Mensajero. Esa es la edición que tengo en casa, en un ejemplar que adquirí hace ya algún tiempo, por correo electrónico, a través de una librería de lance ubicada en Barcelona. En ese volumen aparecen dos dedicatorias, una impresa y otra manuscrita.

La dedicatoria impresa es la que hizo Truffaut a su compañero de la Nouvelle Vague Jacques Rivette y la manuscrita es la que hizo la persona que compró el libro hace cuarenta y cinco años, de nombre Sílvia, para regalárselo a la persona a la que sin ninguna duda amaba apasionadamente. «No oblidis mai que t’estimo, i que si existís un amor absolut, aquest seria el que sento jo per tu. Sílvia» («No olvides nunca que te quiero, y que si existiese un amor absoluto, este sería el que siento yo por ti. Sílvia»), rezaba la citada dedicatoria manuscrita, escrita originariamente en catalán.

El testimonio personal de Sílvia se acompañaba, además, de una estrofa de un poema muy romántico, del que no se especificaba su autor o autora. «Els estels poden estar molt lluny de les mirades/ silents i tranquil·les de les aigües dels teus ulls,/ però recorda que el llac de la mirada, a vegades,/ reflecteix els desmais de la distància que no esculls» («Las estrellas pueden estar muy lejos de las miradas/ silentes y tranquilas de las aguas de tus ojos,/ pero recuerda que el lago de la mirada, a veces,/ refleja los desmayos de la distancia que no escoges»), decían esos bellísimos versos. La letra de la dedicatoria y del poema era —y es— menuda, delicada, clara, hermosa.

Muy posiblemente, el libro fue adquirido hace casi medio siglo por la propia Sílvia en la librería La Tralla, ubicada en la localidad catalana de Vic. Ese es al menos el nombre del establecimiento que aparece en mi ejemplar. Dicha librería abrió sus puertas en 1976 y, según descubrí con tristeza hace unos días, las cerró definitivamente en 2018 por la crisis. Nada sabemos, en cambio, del destinatario originario de ese ejemplar de «Las películas de mi vida» ni tampoco del motivo por el que un libro con una dedicatoria tan preciosa acabó finalmente en una librería de lance, aunque podamos intuir algunas posibles razones de ese doble cambio de propiedad y de destino.

Las posibles razones de ese doble cambio seguramente sean melancólicas o tristes, derivadas del mero paso del tiempo y de sus consecuencias en nuestras vidas. En este caso concreto parece haber, además, un misterioso nexo de unión entre la intrahistoria del libro que ahora yo poseo y algunas de las historias que Truffaut rodó a lo largo de su vida. La propia dedicatoria manuscrita de Sílvia sería implícitamente truffauniana, al hacer referencia de una forma tan apasionada y clara al sentimiento amoroso, que siempre fue uno de los principales ejes temáticos en la obra de este insigne miembro de la Nouvelle Vague.

Es cierto que ese irrepetible movimiento cinematográfico contó con otros cineastas también de primerísimo nivel, como Jean-Luc Godard, Alain Resnais, Claude Chabrol, Éric Rohmer o Agnès Varda, pero quizás el más romántico de todos fuera, precisamente, François Truffaut. Así lo atestiguarían películas suyas como «El amor a los veinte años», «Jules y Jim», «La piel suave», «Las dos inglesas y el amor», «Diario íntimo de Adèle H.», «La habitación verde» o «La mujer de al lado», todas ellas excelentes. Truffaut contó además casi siempre con la colaboración del maestro Georges Delerue, melancólico y romántico como él, y uno de los mejores músicos que ha dado la historia del cine.

«Necesitamos querer y que nos quieran», decía uno de los protagonistas de otra gran película de Truffaut, «La piel dura». Ese mismo protagonista también afirmaba en dicho filme que «la vida es dura, pero bella, por eso nos aferramos a ella; basta con tener que guardar cama para estar deseando salir a la calle, para darnos cuenta de cuánto amamos la vida». Ambas declaraciones de principios, claramente truffaunianas, creo que podrían haber sido suscritas íntegra y apasionadamente también por Sílvia.


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