Cuando paseo al anochecer por las zonas más acogedoras del casco histórico de Palma, a menudo me gusta fijarme en el interior de aquellos cafés o restaurantes que inicialmente han llamado mi atención por algún motivo especial, quizás por su decoración, por su diseño o por su ambiente recogido.
Seguidamente, con suma discreción, suelo mirar también si en su interior hay alguna persona sola o solitaria, algún grupo de amigos o de amigas, alguna familia tal vez al completo o alguna pareja felizmente enamorada, consiguiendo establecer en ocasiones con esas personas un proceso de empatía secreta.
Desde siempre, me ha gustado identificarme con otras personas, con personas que a través de su carácter, de su mirada o de sus gestos me transmiten paz, o bondad, o una sensación de esperanza en que las cosas —sean las que sean— irán bien o acabarán bien. Gracias a esas personas, la mayoría anónimas, siento que posiblemente hay una especie de orden secreto en el cosmos que en cierto modo rige también todo lo que sucede en el mundo.
Esa misteriosa sensación de armonía y de equilibrio nos puede ayudar a veces a dejar de preocuparnos excesivamente por algunas cuestiones del día a día que en el fondo intuimos que seguramente son secundarias o más o menos triviales.
A veces hay también momentos en que me gustaría poder ser tal vez otra persona, por ejemplo cuando veo una película y hay algún personaje en ese filme con el que me siento plenamente identificado. En esos instantes, me gustaría poder cambiarme por él y, como en La rosa púrpura de El Cairo, ser yo quien estuviera dentro de la pantalla.
Lo mismo me ocurre cuando veo en televisión algún reportaje sobre alguna ciudad española o extranjera y contemplo a sus habitantes paseando tranquilamente por sus calles y avenidas. Entonces, pienso que me gustaría poder ser una de esas personas que estoy observando en la pantalla, una de esas personas que se dirige quizás al trabajo, o sólo da un paseo, o se desplaza al cine, o va a comprar un libro de poemas a su librería favorita.
Siendo yo mismo, me gustaría poder ser a veces otra persona, seguramente algo más decidida y valiente, una persona con una vida algo distinta, una vida en la que hubiera algo más de seguridad y un poco menos de incertidumbre, una vida quizás casi por completo diferente.
Cuando alguien o algo resuena interiormente acaece como un signo para que uno amplifique su foro íntimo y único trabajando,educándose en mayor crecimiento y gallardía.La vida es arte hasta lavándose los dientes como se dice de Rilke.