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“España y Catalunya: algunas diferencias (por lo menos audiovisuales)”

Un artículo de Jaume Santacana

Sede de TV3.
Sede de TV3.

Aviso previo: mucho me temo que este artículo de marras me va a salir algo largo, que no ancho. Ruego, por lo tanto, a los lectores de textos con talante impaciente, dejen de completarlo y no persistan en ello hasta el final. Gracias y disculpen las molestias.

“Polònia” es un programa televisivo integrado plenamente en lo que se podría denominar crítica satírico- política dentro del género de entretenimiento en cualquier país anglosajón, o sea, civilizado. “Polònia” es un formato creado para Televisión de Catalunya (TV3, familiarmente), con raíces basadas en el humor británico en toda su imponente dimensión: fino cachondeo de altura en muchas y diversas dimensiones, entre las que sobresalen la ironía inteligente y el sarcasmo perspicaz, astuto, ingenioso y sagaz. “La Codorniz” (semanario español de los años cincuenta y sesenta que se autoproclamaba “la revista más audaz para el lector más inteligente” luchaba, escondiéndose imaginativamente de la férrea e ignorante censura franquista, por entregar al lector un semanario con unos contenidos repletos de talento, serpenteantes, con un humor entre hiperrealista, castizo y desordenado, algo caótico. Con “Polonia”, por ahí va la cosa. El programa citado lleva ya, en los momentos en que escribo este artículo, catorce (14) largos años en pantalla con un más que notable exitazo de audiencia y con un meritorio reconocimiento positivo por parte del público catalán. Bien.

Los creadores del “Polonia” iniciaron, en sus primerizos pasos, toda clase de gestiones con diversas cadenas de ámbito estatal para intentar exportar el formato original y ensayar otra operación de gran calado. El programa para España se iba a llamar, y de hecho se llamó “Mire Usté”. Ninguno de los directivos de las distintas operadoras consultadas creía en el proyecto y daba toda la impresión de que nunca vería la luz. Pero la vio gracias a Antena3TV, aunque tras los dos primeros capítulos desapareció para siempre de la pantalla. Se canceló la operación por falta de audiencia. Los programadores no le echaron paciencia al asunto como en tantas otras ocasiones. Los directores de programas les comentaban a los productores, catalanes ellos: “estábamos seguros de que esto no iba a funcionar; este es un tipo de humor que no encaja con el modelo español” (sic). Y así estamos.

Viví, personalmente, muy de cerca la época del nacimiento de las primeras televisiones llamadas “autonómicas”, concretamente las tres primeras, ETB (la vasca), TV3 (la catalana) y TVG (la gallega). Compramos, en aquel momento, en los mercados internacionales de televisión, los derechos de emisión de diversas series de ficción —básicamente de humor— a varias productoras británicas entre ellas la ya clásica BBC. Prestigio. En las tres comunidades donde se emitieron, el éxito fue rotundo. Me refiero a productos como “L’Escurçó Negre” (Blackadder), “N´hi ha que neixen estrellats” (Some Mothers Do’Ave’Em), “Si Ministre” (Yes Minister) y otros. Los ingleses nos cedieron sus derechos para todo el territorio español. En cuanto aparecieron nuevas cadenas autonómicas, Valencia, Andalucía, Madrid, etc. pusimos estos derechos a disposición (previa rebaja de nuestro porcentaje, claro) de las flamantes emisoras. Lo probaron. Los resultados fueron catastróficos. El público no picó. No triunfaron en absoluto. Me decían los responsables de estas incipientes emisoras que el invento había fracasado porque los “españoles no entendían el humor inglés” (sic); que les gustaba más el humor americano, el del resbalón por la piel de plátano y la torta de nata en la cara, por decirlo de alguna manera.

Respecto a los denominados “culebrones” (las series de ficción de contenido más bien frívolo pero con una notable carga de pseudodramatismo y sensiblería cutre, destinadas al consumo diario —fundamentalmente en horario de tarde— y dirigido a una audiencia tirando a senil y mayoritariamente femenina; ese era y sigue siendo el target), TV3 estudió, en su arranque como cadena, posibilidades de compra (la producción en aquellos momentos era imposible por motivos puramente presupuestarios) de algunos de estos seriales diarios que circulaban por todos los mercados mundiales y se llegó a la conclusión —feliz conclusión visto el posterior acierto— de que las ficciones de más calidad dramática, ritmo, dirección artística, reparto de actores, visualización de exteriores, etc. eran las producidas por Brasil. Una vez tomadas las decisiones pertinentes y establecidos los correspondientes contactos con el gran país sudamericano de habla lusa, a través de sus canales de exhibición televisiva, compramos una infinidad de episodios de varias series con el objetivo de emitirlos y esperar a la obtención de resultados gratificantes; conjuntamente, también, con vascos y gallegos. Por su parte TVE (en aquel momento una, grande y no sé si tan libre como se autoproclamaba; lo de una, evidentemente, por la ausencia, todavía, de los canales privados…) nunca quiso comprar material brasileño. Opinaban sus directivos que les funcionaban mucho mejor las series procedentes de países como México, Colombia y especialmente las venezolanas. Tampoco ellos, TVE, estaban en aquel momento en condiciones ni económicas ni profesionales, como TV3, de ofrecer al público productos propios de ficción diaria; era mucho más oneroso y con mayor riesgo. Me relacioné —durante mucho tiempo y me sigue uniendo una fiel amistad— con el director internacional de ventas de Globo Televisión, el mayor operador televisivo y mediático de Brasil. El tal señor, encantador, José Roberto Filippelli, me comentó en cantidad de ocasiones que sus conversaciones con la televisión española fracasaron casi siempre (digo casi porque recuerdo que algo les vendieron…) por motivos de valoración de los contenidos y por la imagen externa. “Para ellos TVE, me decía, un exceso de calidad no es positivo para nuestra audiencia. Los dramones venezolanos tocan más fino a nuestros telespectadores indígenas”. Sic. Y mientras tanto, en Catalunya ( y Galicia y Euskadi) los culebrones brasileños batieron y pulverizaron todos los récords de audiencia habidos y por haber (en aquel momento, claro).

Años más tarde —no muchos pero algunos— TV3 se lanzó a la producción propia en productos de ficción. La televisión catalana estrenó en España la fabricación de sitcoms (comedias de situación, consistentes en guiones de casi una hora, de emisión semanal, de género costumbrista, con pizcas de humor sano y blanco y con la particularidad de estar pregrabadas pero como si fuera en directo, sin pausas, sin cortes y con público en el estudio; es decir, sin risas ni reacciones enlatadas, o sea, vivas y espontáneas: modelo americano). TV3 emitió con éxito seguro series con protagonistas de la talla de Alberto Closas, Cassen, Amparo Baró o el mismísimo José Sazatornil, “Saza”. No he visto que las televisiones españolas, públicas o privadas, tomaran nota de esta fórmula televisiva. Como formato, para ellos, nunca se supo; y así siguen, por lo visto.

También en un nuevo período, TV3 se lanzó a producir culebrones, el primero de los cuales “Poble Nou” (por cierto, asesorado por uno de los más brillantes guionistas del mundo en materia de ficción diaria, el señor Doc Comparato y en colaboración con excelentes dramaturgos de la escena teatral catalana) triunfó por todo lo alto. Caso curioso: Antena 3TV —en aquel instante bajo el mando del Grupo Z, Asensio—, sorprendida por el fulminante recorrido de la serie en Catalunya compró los derechos de emisión para toda España. No compró el formato para reproducirla sino que simplemente la dobló al español. Tal cual. Tras unas decenas de episodios se canceló su programación a causa de la escasa respuesta de los telespectadores. (sic).

Podría seguir y seguir con numerosos ejemplos que les podrían abrumar, si no lo han hecho ya.

Puestos en la nostalgia televisiva, solo quisiera recordar que Calviño, el ínclito director general de RTVE en el momento del nacimiento “alegal”, según sus propias palabras, de Televisió de Catalunya y padre de la, hasta hace unos días, de la vicepresidenta del gobierno español, Nadia Calviño, (hizo lo imposible y lo indecible para frenar radicalmente la puesta de marcha de TV3, el muy desaborío) declaró en una entrevista a un periódico de Barcelona que, en el caso de que se iniciara un nuevo proyecto de televisión pública en Catalunya, ésta debería ceñirse rigurosamente a contenidos de tipo “antropológico” (sic) del estilo de danzas populares, información de espectáculos, reportajes deportivos, etc. sin inmiscuirse ni invadir, en ningún momento, sobre los contenidos generales que afectaran las competencias de la televisión estatal, o sea, la “suya”, RTVE. Nada de noticias internacionales, ni mucho menos la existencia de corresponsales extranjeros, sólo aquellos acontecimientos de interés general que no fueran ya retransmitidos por “su” cadena, etc. No sabía, no quería, no podía entender que los catalanes deseábamos una televisión que hablara e hiciera de todo desde el punto de vista propio de sus espectadores, mayoritariamente ávidos de saber qué pasaba en el mundo desde una óptica distinta a la clásica visión centralista.

Televisió de Catalunya sigue su camino, por ahora imparable e imbatible ( ya lleva muchos años de líder en su territorio; y lo que te rondaré, morena) mientras que, cuando escribo este papel, febrero del 2024, TVE ha dejado ya atrás su doble dígito de porcentaje de audiencia para centrarse (y quedarse, muy probablemente) en una cifra de un solo y triste número.

Hace años, muchos años, que dejé de trabajar para TV3. Mientras duró mi relación con la cadena fue un inmenso placer colaborar con este proyecto tan profesional como entrañable, a todos los niveles.

¿Les ha quedado claro, amigos lectores, que, como mínimo, existe alguna diferencia entre España y Catalunya? Por lo menos, en materia audiovisual. ¿O me he explicado mal?

Ya les he advertido que el artículo se me haría largo. Espero que a ustedes les haya sido útil o les haya hecho pasar un rato agradable.

Suyo afectísimo: Jaume Santacana y Martorell.


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