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“Cuánto cuesta que nos quiten la razón”

Un artículo de Miguel Lázaro

Ilustración de Pixabay
Ilustración de Pixabay

Yesa es la madre del cordero del acto de deliberar. Si todos tenemos neuroplasticidad y como lo anticipó Heráclito “nada hay más inmutable que el cambio”, ¿por qué es tan difícil y costoso el proceso de deliberar, clave en la bioética y en la toma de decisiones prudentes? No hay mejor training mental que la deliberación, ya que desarrolla a tope nuestra neuroplasticidad y además fomenta la empatía. Deliberar es un proceso de lógica dialéctica, interactivo, donde a través de la escucha activa, se intercambian y articulan verdades insuficientes, donde se dan razones, experiencias, de forma que se vayan cociendo o madurando las decisiones con el objetivo de que sean, no óptimas, sino prudentes.

Cuántas ocasiones desperdiciamos para practicar y aprender a deliberar. Hay que reivindicar a Sócrates: “Soy como una partera (su madre lo era) que ayuda a sacar lo mejor de cada uno”. Sócrates no decía lo que había que hacer, pero sí enseñaba a cuestionarse las razones y los valores. Un hándicap para deliberar son los pre-juicios, que son ideas y decisiones preconcebidas y previas al proceso de deliberación. Lo que nos pide el cuerpo es imponer y dejar al otro sin respuesta. La deliberación es fértil si nos dan razones distintas u opuestas; es decir, si nos quitan la razón y qué duda cabe que deliberar es provechoso si hay cambios en los prejuicios.

Como decía Aristóteles “no se delibera sobre lo que no puede ser de otra manera”. ¿Y a quien le gusta que le quiten la razón? Solo nos ayuda quien nos quita la razón, bajándonos los humos. No todo el mundo vale para practicar la deliberación. Un ejemplo era Unamuno, “que decía que le gustaban los monodiálogos, era el padre, el hijo y el espíritu santo y que realizaba exhibiciones narcisistas de lo que sabía”. No deliberamos porque no nos gusta y además conlleva incertidumbre. Los atajos o salidas del proceso deliberativo son la búsqueda de chivos expiatorios, la negación o la proyección. Los que sufren deliberando deben abstenerse y en este club cabemos muchos. Todos tenemos sesgos (creencias) con gran potencial desadaptativo por lo que hay que limitar sus daños colaterales siendo conscientes de ellos y poniéndoles límites. Y lo que nunca falla es amigos que te digan la verdad y que hagan de contrapeso a nuestro desbocado narcisismo o vanidad. Esto es absolutamente necesario en todas las organizaciones.

Solo pueden aprender aquellos que aceptan otros puntos de vista. A veces los que no saben las soluciones se las inventan. Deliberar es difícil. No se puede hacer desde el miedo y en guardia. Exige flexibilidad, saber escuchar y tener empatía que se demuestra concediendo competencia comunicativa al otro. Es un hábito, que hay que practicar muchas veces. ¡Qué bueno sería que se enseñara ya en la primaria!

Ante los valores, que son irracionales y tienen un alto grado afectivo-emocional hay tres tipos de actitudes: la impositiva, la neutralidad o tolerancia (culturas pluralistas) y la actitud deliberativa Deliberar sobre hechos es fácil, pero sobre valores, (no son racionales), es más difícil.

Los valores no son racionales, pero tienen que ser razonables. Los fundamentalistas realizan una gestión no razonable de los valores, muy condicionados por su actitud Verbalizar argumentos sobre nuestros valores no es tarea fácil. Uno muchas veces se da cuenta de que tiene menos valores de los que pensaba, y este darse cuenta fastidia al ego y entonces somos conscientes de nuestra propia debilidad.

Sobre los intereses se negocia, sobre los valores se delibera. La negociación se basa en la estrategia y su término es la utilidad. La deliberación busca optimizar valores en conflicto y su término es la prudencia. Deliberamos sobre hechos, valores, circunstancias, consecuencias y actitudes, con el objetivo de tomar decisiones prudentes, pero nunca reduciremos la incertidumbre a cero.

Deliberar es darse cuenta de que las razones que uno tiene, de las que uno no tiene y de que las razones ajenas tienen su peso. Cuando deliberamos sobre los valores (los nuestros y los ajenos), disminuye el fanatismo y la necesidad de imponerlos y de adoctrinar. Deliberar convoca a la participación, a la interacción y a la empatía. Es psicoterapéutico. Facilita el autoconocimiento y con menos humos empezamos a pensar que nos pueden ayudar.

¿En nuestra sociedad actual creen que apostamos por la deliberación? ¿Creen ustedes que los políticos en el parlamento deliberan? ¿Qué nota les darían ustedes en la asignatura de la deliberación? ¿Cuánto se delibera en la actual partitocracia?

¡Ah! Y no olviden; aun, aquí y ahora que estamos en derrota, pero nunca en doma.


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