Al hablar de violencia, en contadas ocasiones se hace referencia a un tipo de violencia que poco a poco va adquiriendo visibilidad en la sociedad. La violencia filio-parental aumenta cada año. Tan solo en Balears, en el año 2018 se abrieron 285 expedientes a jóvenes por violencia contra sus padres. Las madres son las principales receptoras de este tipo violencia en la que la tolerancia de los progenitores y el no saber atajar a tiempo este tipo de comportamientos, terminan pasando factura a unos padres que se ven impotentes de frenar la violencia de sus hijos, sea ésta física o psíquica.
La psicóloga de la Fundación Amigó, Irene Gallego, empresa que ha publicado un estudio sobre el tema, resalta que este tipo de violencia, en Baleares, se ha incrementado en un 3,5 por ciento “aunque ahora está un poco más estabilizada”.
¿Qué provoca que un joven arremeta con violencia contra sus padres? Irene Gallego reconoce que la actual educación de los niños y la permisividad de los padres actúan como efecto multiplicador: “Las causas de este tipo de violencia pueden achacarse a la incoherencia de los padres a la hora aplicar un sistema educativo determinado y en el hecho de que se le permita al niño creer que está a la misma altura que los padres, como si los padres fuesen sus amigos”.
Además de estas causas, también intervienen otros factores que actúan como acelerantes de esta violencia contra los padres “como puedan ser determinadas adicciones o el fracaso escolar. Los niños se sienten fustrados en la escuela y luego esta fustración la trasladan a la familia descargando toda su ira en los padres”.
LAS MADRES, EPICENTRO DE LA VIOLENCIA
A diferencia de lo que se cree, la violencia no se manifiesta en la edad adolescente, sino mucho antes. A este respecto, Irene Gallego apunta que “este tipo de violencia empieza en la infancia, aunque no se le da importancia porque son pequeños y creen que de ahí no pasará. A partir de los 10 años, los actos violentos se aceleran y es en esos momentos cuando hay que pararlos. Se suele decir que ‘es un niño movido’ para justificar determinados actos, pero lo que está claro es que no es lo mismo un niño movido que un niño violento.
Cuando la violencia de los niños se manifiesta con toda su crudeza, son las madres las principales receptoras de la misma, aunque en determinados casos, son ambos progenitores el objetivo de las actitudes violentas de los niños. La psicóloga de la Fundación Amigó, indica que, “lamentablemente, los padres piden ayuda muy tarde, justo cuando ya empieza a manifestarse la violencia física de los niños o incluso cuando aparecen algunos factores de riesgo como el fracaso escolar, absentismo o adicciones. También se puede dar el caso de que no exista violencia física, pero sí violencia psíquica muy continuada. Cuando un padre no desea llegar a casa porque sabe que va a haber bronca, es cuando normalmente piden ayuda, es decir, cuando los padres ya no pueden más, no saben que hacer”.
La violencia filio-paternal se cura en la mayoría de los casos “aunque hay un pequeño porcentaje que no mejora, señala Irene Gallego que concluye indicando que la solución para acabar con estas agresiones “es implicar a toda la familia, ya que en este tipo de violencia todos tienen que modificar un poco sus posiciones. No debemos olvidar que una persona violenta, de por sí, no se siente cómoda, por lo que todos tienen que poner de su parte para que acabe. Por desgracia, en determinados casos, la violencia no se cura porque o no asisten a las terapias o que el conflicto está muy enquistado”.