Una de las consecuencias más graves de la pérdida del empleo en los Estados Unidos es que lleva aparejada de modo casi inexorable la pérdida del seguro médico, ya que en ese país no hay un sistema de cobertura sanitaria universal, solo existen los programas federales Medicare y Medicaid, destinados a los jubilados y a los pobres de solemnidad. Aparte de dichos programas, la asistencia de salud depende de pólizas privadas que deben suscribir las personas, pero que son muy caras y que muy pocos se pueden pagar de su propio peculio.
Es por ello que la mayoría de empresas contratan como beneficio adicional del empleo una póliza sanitaria para sus asalariados, de ahí que para muchos de los ciudadanos estadounidenses perder el trabajo implica el drama adicional de perder el seguro médico. Además, la calidad de la cobertura de las pólizas suele estar en relación con el nivel del puesto de trabajo, por lo que en los niveles bajos suele ser mínima, cubriendo solo los cuadros clínicos leves más habituales, en los niveles intermedios mejora un poco e incluye ciertos tratamientos quirúrgicos y alguna asistencia algo más compleja y solo en los niveles más altos la cobertura es más completa, aunque tampoco incorpora los tratamientos más complicados o las enfermedades crónicas, o lo hace de modo parcial o limitado en el tiempo.
Ello significa que para un porcentaje muy elevado de familias estadounidenses, el diagnóstico de un proceso grave y de tratamiento complicado o crónico significa la ruina económica o la condena del afectado a no recibir la terapia necesaria o durante el tiempo necesario. Todos hemos conocido con frecuencia en los medios de comunicación casos de personas, incluso algunas de ellas artistas conocidos, que inician procesos de micromecenazgo para recaudar fondos para el tratamiento de alguna enfermedad. También sabemos de la existencia de trusts y fundaciones privadas que se dedican a la ayuda a los afectados de alguna enfermedad concreta.
Pero todo ello no beneficia a la población en general y no está en relación con el concepto de justicia social, sino con el de beneficencia o caridad y, por tanto, no se corresponde con el principio de justicia retributiva, sino con el de altruismo o filantropía, lo que es aceptable para la promoción de las bellas artes, pero inaceptable en un estado que pretenda una justa redistribución de los recursos entre todos los ciudadanos en forma de los tres pilares del estado del bienestar: la educación, la protección de la salud y la asistencia a la dependencia.
Este mismo esquema funciona en otros muchos países americanos y en los que tienen algún sistema de sanidad pública, los recursos son tan escasos que la cobertura sanitaria resulta muy deficiente. Solo Canadá y Cuba tienen sistemas sanitarios parecidos a los europeos, aunque limitado de recursos en el caso cubano.
No debemos dejar de recordar la suerte que significa tener un sistema sanitario público universal, que garantiza la asistencia a toda la población sin restricciones y con la máxima calidad existente. En el contexto mundial actual, disponer cobertura sanitaria universal es un privilegio del que los europeos debemos ser conscientes y que hemos de defender con uñas y dientes, Fuera de Europa solo Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Corea del Sur y, quizás, Singapur, comparten este privilegio. Ninguna de las grandes potencias no europeas ni de los países emergentes, EE.UU., China, Rusia, la India, Brasil, tiene un sistema equivalente.
Durante la última campaña electoral en el Reino Unido se dijo por parte de algunos partidos de la oposición que uno de los planes de Boris Johnson y el partido conservador era la privatización parcial del NHS (National Health Service, el Sistema Nacional de Salud británico), que era muy apetecido por las grandes aseguradoras sanitarias de Estados Unidos que, obviamente, pretenden ganar dinero y, por tanto, convertir la sanidad en un negocio.
No parece que, de momento, el gobierno británico haya iniciado ningún movimiento en ese sentido, pero es un tema que lleva tiempo sobre la mesa de algunos cenáculos económico-empresariales y de algunos partidos conservadores europeos. Debemos permanecer vigilantes ante la oleada neoconservadora política y económica, puesto que la privatización de nuestro sistema público de salud, ni que fuera parcial, significaría la destrucción de la equidad en el acceso a los servicios y, en consecuencia, su práctica liquidación y la demolición de uno de los pilares fundamentales del estado del bienestar.
… con la misma intensidad que defendemos orgullosamente el sistema de sanidad universal español, debemos luchar con uñas y dientes para que permanezca así y no se implanten otros modelos foráneos peores que el de la cobertura de la seguridad social española… los experimentos con gaseosa… y otra manera de luchar a favor de nuestra sanidad, que funciona, es prevenir que lobbies de presión de la derechona intenten privatizarla, en base a externalizar servicios que la desvirtúen… también debemos ser vigilantes del reparto de partidas presupuestarias, pues ya hemos visto que muchos dineros se van en fruslerías inútiles como defensa y sus carísimos aviones y tanques que crían óxido y enriquecen a la industria armamentística extranjera, como a la corona y sus posados de primavera y sus agobiantes rencillas internas, o a la iglesia y su permanente desvío de fondos al paraíso fiscal vaticano, ocultando su gestión y blanqueando sólo ínfimas cantidades con los necesitados en sus ONG pantalla… exijamos a nuestros responsables políticos una gestión clara y sensata de los impuestos, para que la SANIDAD y la INVESTIGACIÓN sanitaria tengan los medios que precisen, recortando en partidas inútiles y sacando a los lobbies chupasangre del poder, pues son vampiros emocionales que nos hacen bulling a la sociedad… especialmente la iglesia, manipuladora total