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“Colapsar o persistir”

Un artículo de Emilio Arteaga

Aves en la Albufera des Grau (Foto: Balears Natura)
Aves en la Albufera des Grau (Foto: Balears Natura)

En su libro ‘Colapso’, el profesor Jared Diamond expone sus tesis sobre los problemas y las causas posibles del colapso de ciertas civilizaciones y sociedades en el pasado y las compara con otras que en circunstancias similares supieron perdurar y también analiza sociedades actuales bajo las mismas premisas, así como las similitudes y diferencias entre los sucesos antiguos y las posibles semejanzas con los eventos del presente.

Según Diamond, uno de los elementos comunes que afectaron a las sociedades que colapsaron en la antigüedad fue el de los problemas medioambientales, tales como la deforestación, erosión del suelo, salinización, disminución de recursos hídricos, abuso de la caza y la pesca, destrucción del entorno y superpoblación. Pero los problemas medioambientales no han sido los únicos responsables de un colapso, junto a ellos aparecen en mayor o menor medida cambios climáticos, las guerras con vecinos hostiles, el deterioro de relaciones con socios comerciales y la respuesta de las propias sociedades a sus problemas medioambientales.

En el caso de noruegos de Groenlandia no fueron capaces de resolver los problemas ambientales que se les presentaron y acabaron muriendo o abandonando la isla y emigrando a Islandia o Noruega. En Islandia, en cambio, los nórdicos provocaron un terrible deterioro del medio ambiente, deforestando casi totalmente la isla y provocando una brutal erosión del suelo. Ello condujo a los islandeses a algunos siglos de miseria y mera supervivencia, pero supieron afrontarlo y adaptarse a las nuevas condiciones y finalmente prosperaron, hasta el día de hoy en que son uno de los países más avanzados del planeta.

En la pequeña isla de Pascua, Rapa Nui en la lengua polinesia de los pascuanos, sus habitantes agotaron sobremanera sus recursos naturales, incluyendo una masiva deforestación y probablemente tuvieron una explosión de población, que les llevaron al colapso de la civilización de los moais, las magníficas esculturas de roca volcánica negra que se colocaban en grupo en los “ahus”, plataformas situadas en la costa, tocados con unos sombreros, “pukao” de escoria volcánica roja que contrastaba con el negro de las figuras, mirando hacia el interior de la isla. Los actuales pascuanos ni siquiera saben cuál era el exacto significado de los moais, no de su sobreabundancia, ni porqué su talla se detuvo bruscamente, ya que en las canteras del volcán Rano Raraku hay cientos a medio esculpir.

En cambio, en la aun más pequeña isla de Tikopia, en el extremo suroriental de las islas Salomon, sus habitantes polinesios han conseguido prosperar durante más de mil años sin destruir su medio ambiente, controlando escrupulosamente el uso y aprovechamiento de los recursos naturales, así como la población, que han mantenido estable durante siglos, evitando los riesgos de la superpoblación y encontrando respuestas efectivas para los problemas climáticos, como los tifones que periódicamente asolan la isla.

Estos son solo dos parejas de ejemplos de como sociedades parecidas, europeos nórdicos o polinesios, ante problemas semejantes se comportaron de forma completamente opuesta. Unos agotaron sus recursos y no supieron enfrentar los problemas ambientales, climáticos y de superpoblación, lo que les llevó a desaparecer o a caer en la decadencia y la miseria, mientras que otros supieron sobreponerse a los problemas que ellos mismos habían causado y consiguieron resistir para acabar prosperando, o bien consiguieron llegar a un equilibrio con su entorno y sus recursos y han prosperado durante siglos.

Nosotros tenemos en el momento actual una crisis medioambiental galopante, un cambio climático amenazante, un problema de sobrexplotación de recursos y de superpoblación, una pandemia que nos obliga a un consumo tremendo de recursos económicos para combatirla y a una ralentización de la actividad comercial y turística que tiene un impacto brutal en la economía, con el consiguiente agravamiento de la crisis sistémica que sobrellevamos desde hace más de una década.

De cómo respondamos a todos estos problemas dependerá nuestra persistencia o nuestro declive. No es probable que colapsemos, al menos a corto y medio plazo, porque disponemos de una serie de recursos que sociedades anteriores no tenían, particularmente la tecnología y el no tener vecinos hostiles, ni el riesgo de perder a los vecinos amistosos y socios comerciales, gracias a la Unión Europea.

La UE, tan denostada en muchos aspectos con toda razón, es sin embargo uno de los activos más importantes, el más importante de hecho, de los que disponemos los europeos para hacer frente a las diversas y sucesivas crisis que se nos vienen encima. Tener la seguridad de que nuestros vecinos son amistosos y no hostiles y de que son nuestros socios comerciales sólidos y seguros y de que vamos a poder responder a los retos conjuntamente, aunque a veces la coordinación chirríe un poco, es una ventaja definitiva de la que no dispusieron civilizaciones que colapsaron en el pasado, como el Imperio Romano Occidental, y mil años después el Oriental o Bizantino, las ciudades mayas de Mesoamérica, o el imperio jemer de Angkor Vat. Todos ellos se vieron sometidos a un desgaste continuo por parte de vecinos hostiles, hasta que su propio deterioro interno propició su derrota frente a ellos.

Solo una cosa parece bastante clara: no debemos volver a comportarnos como lo veníamos haciendo hasta la pandemia. Si pretendemos volver al despilfarro de recursos, al exceso de crecimiento continuo, al turismo masivo descontrolado, a la deforestación acelerada y a la contaminación de la tierra, el agua y el aire con productos químicos tóxicos y plásticos no degradables, al incremento brutal de la ganadería y la agricultura intensivas y al consumismo sin límites estaremos más cerca del colapso que de la persistencia.


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