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“Los mejores años”

Un artículo de Josep Maria Aguiló

Una secuencia de la película.
Una secuencia de la película.

Una de las películas españolas de las que guardo un más grato recuerdo es Los peores años de nuestra vida (1994), dirigida por Emilio Martínez-Lázaro y escrita por David Trueba, un muy buen tándem que dio como resultado una maravillosa comedia agridulce. El filme poseía además un innegable y acertado toque ‘woodyallenesco’ en el tratamiento de algunos personajes y situaciones, así como en su elegante y sutil enfoque irónico.

Para los espectadores masculinos algo tímidos y retraídos que vimos la película en el momento de su estreno, resultaba prácticamente imposible no identificarse con su protagonista principal, Alberto (Gabino Diego), un melancólico y enamoradizo veinteañero que soñaba con llegar a ser algún día un gran novelista. A la espera de ese ansiado momento, le veíamos sufrir con una cierta regularidad por culpa del amor y de sus insondables misterios, lo que le llevaba a plantearse algunas preguntas existenciales decisivas y esenciales, como por ejemplo ésta: «Me gustaría saber qué es exactamente lo que buscan las mujeres».

El origen de casi todos los males afectivos de Alberto parecía remontarse nada menos que a su infancia, según reconocía él mismo. «Me gustaría poder borrar de la historia de mi vida la primera vez que me enamoré, porque ahí se jodió todo», afirmaba Alberto al inicio de la película. Aun así, a lo largo de prácticamente todo el filme, nuestro joven protagonista competirá con su hermano Roberto (Jorge Sanz) por intentar conseguir el amor de María (Ariadna Gil).

Cuando en un momento determinado María le reproche a Alberto su romanticismo empedernido, que considera casi infantil, Alberto se enfadará un poco, al no acabar de entender qué es lo que en realidad se espera de él: «No es culpa mía. Primero me hacen ver un montón de películas y leer todas esas novelas donde el amor es algo maravilloso. Y luego resulta que soy un gilipollas si de verdad creo en ello. ¡Joder! ¿En qué quedamos? Si la vida era una mierda, habérmelo dicho cuando era pequeño».

Pero en el fondo Alberto no cree de verdad que la vida sea «eso», del mismo modo que, pese a todo, es muy consciente de todo lo bueno que el amor puede aportar a nuestra vida, haciéndola más plena y mejor, dándole un sentido y una razón más —acaso la más importante— para valorarla, aunque en última instancia a veces parezca que de lo que en realidad estamos casi todos enamorados es sobre todo del mismo amor.

Sin necesidad de tener que hacerles ahora un ‘spoiler’, seguro que la mayoría de ustedes se habrán imaginado ya quién conseguirá finalmente arrebatar por completo el corazón de María e irse con ella a París a disfrutar de su amor, y quién se quedará solo y más o menos resignado en Madrid. Aun así, al final de Los peores años de nuestra vida Alberto nos contará, con su encantador, tierno y melancólico humor, que finalmente ha decidido ver la vida desde el lado bueno: «He leído en alguna parte que por cada hombre sobre la tierra existen tres mujeres y media… así que por ahí debe haber algún cabrón pasándoselo de miedo con siete…».

Estar enamorados, aunque sea sólo del amor, nos hace soñar, y sonreír, y vivir. Es cierto que a veces podemos sufrir también un poco, pero en el fondo todos sabemos que los años en que el amor llega a nuestro corazón no son los peores que hayamos podido tener, sino que muy posiblemente son, pese a todo, los mejores años de nuestra vida.


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