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“Cuando no todo es perfecto”

Un artículo de Marta Pons Coll

(Foto:PIXABAY)

A menudo somos tan afortunados que nos damos el lujo de no prestar atención al valor que se esconde en cosas pequeñas, en un comentario, en la letra de una canción o en un cuento. Quizás lo que voy a compartir a continuación te deje pensando. En tal caso, seremos ambos afortunados.

 

Un día, un carnicero que estaba atendiendo a sus clientes vio que un perro se metía en la carnicería. Tras unos segundos, el carnicero se dio cuenta de que tenía algo en la boca.  Saliendo de detrás del mostrador, se acercó al perro y vio que llevaba en la boca una nota envuelta en un plástico. La nota ponía: «¿Podría enviarme medio kilo de chuletas y dos sobrasadas?». Envuelto en el plástico también llevaba un billete de 50 euros.

 

El carnicero preparó el pedido y una vez listo, metió en una bolsa las chuletas y las sobrasadas junto con el cambio. Mostró las asas de la bolsa al perro, que las puso en su boca y abandonó la carnicería.

 

El carnicero estaba asombradísimo y decidió salir detrás del perro para ver qué hacía.

 

El perro caminó por la calle hasta llegar a un semáforo donde se paró, pulsó el botón para que el semáforo cambiara a verde para los peatones y esperó sentado con la bolsa de nuevo en su boca hasta que el semáforo le dejó pasar. Cruzó tranquilamente y caminó hasta la parada de autobús. Al llegar, observó las señales que indicaban los diferentes autobuses y sus rutas, se sentó y esperó.

 

Al poco rato paró un autobús, pero el perro no se movió. Algo más tarde llegó otro y el perro subió rápidamente por la parte de atrás para que el conductor no lo viese. El carnicero no daba crédito a lo que estaba viendo y subió también al autobús.

 

Tres paradas después, el perro se alzó sobre sus patas, tocó el botón y cuando el autobús paró, se bajó. El carnicero fue tras él. Los dos caminaron unos minutos más  hasta llegar frente a la puerta de una casa. El perro  dejó la bolsa en el suelo y comenzó a golpear la puerta con sus patas delanteras mientras ladraba. Como nadie le abría, dio un salto a una tapia y de allí saltó al alféizar de una ventana  consiguiendo golpear varias veces el cristal. Saltó otra vez a la calle y volvió a colocarse frente a la puerta. A los pocos segundos, la puerta se abrió y salió un hombre que, sin mediar palabra, empezó a golpear al perro mientras le gritaba lo inútil que era.

 

Al ver aquello, el carnicero se fue hacia aquel hombre, le sujetó para que no pegara más al perro y le dijo: ¡Oiga, deje de pegar al perro! ¿No se da cuenta que está cometiendo una injusticia? ¡Este perro es un genio!

 

«¿Un genio?» gritó el hombre, ¡este perro imbécil es la segunda vez esta semana que se olvida las llaves!

 

Para algunas de las personas con las que trabajo, la exigencia ha resultado una herramienta muy útil para conseguir sus propósitos y lograr sus metas. Para los llamados ‘exigentes’, darse cuenta de cuál es o está siendo el coste de ‘vivir en la exigencia’ siempre resulta un aprendizaje interesante de los procesos de coaching.

 

¿En qué me está limitando mi exigencia? ¿Qué me está permitiendo? ¿De qué otra forma puedo afrontar mis retos y proyectos para estar en constante aprendizaje?

 

Te invito a pensar en cuántas veces en nuestro día a día, con nuestros equipos, con nuestras parejas y amigos, en la vida, nos estamos perdiendo lo extraordinario y nos limitamos a insultar al perro.


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