Nunca pensé que me vería en la tesitura de regresar mentalmente a mi antigua clase de primaria para hablar de cuitas entre personas mayores elegidas por treinta y tantos millones. Recuerdo que, de pequeño, ese tipo de problemas se quedaban en el colegio y, según la manera de ser del o de la maestra, se resolvían con el ordeno y mando o manejando con sutileza los conflictos tontos mediante el arte de la democracia espontánea pues, en aquellos tiempos, no se podía votar ni en el parvulario.
En la actualidad, y lo saben todos los que se den por aludidos, cualquier ventosidad aparece en los medios, y más cuanto peor huela.
Me importa un bledo la ubicación de los escaños pues, para empezar, desde que estamos rodeados de Internet nos sobran físicamente todos. Entre otras cosas, así no podrá secuestrarlos ningún Tejero, que siempre merodea por allí cerca disfrazado de algo.
Reconozco que ver balbucear en las pantallas a los líderes que confluyen con tanta facilidad para organizar abusos contra los díscolos, solo porque sean menos numerosos, y contra la opinión de un profesor lógico como Patxi, me produce un placer morboso difícilmente superable. Veo en este instante a decenas de diputados a los que la madera de la que están construidos sus brazos se les ha subido a la cabeza.
En cambio, no puedo evitar cierto desasosiego al pensar que muchos de los futuros votos a Podemos puedan proceder de ese rincón irracional donde van anidando los residuos de millones de impactos publicitarios pues, a los propios y calculados, se están añadiendo los derivados de tantos errores ajenos.
Diputado Iglesias, cuando te inunde la victoria no podrás presumir de haberla logrado con tácticas como la de dividir al adversario. Compruebo casi cada día que van todos juntos, sean de la marca que sean, hacia el sacrificio en el ruedo detrás de mozos veloces, jóvenes, cada día más normales aunque solo sea por lo mucho que los vemos y, por tanto, triunfadores.