Autor: pablo

La información que tiene Internet sobre el barranc d’Algendar es muy completa y minuciosa, tanto en descripciones como en imágenes. Es, sin la sombra de una duda, uno de los lugares más sorprendentes de Menorca; ya no por su exuberancia o por las leyendas que enarbola, sino por el efecto que tiene sobre las gentes que lo visitan.
Un buen día alguien te comenta que vale la pena verlo, otro día lees algo aquí y allá sobre lo que de característico tiene y, finalmente, acabas yendo a ver con tus propios ojos qué de verdad hay en todo eso. Desde ya recomiendo dos modalidades: o muy bien acompañado o completamente solo.
Es… verde, profundo, escarpado, intemporal, mágico, relajante, inquietante, glorioso, embriagador, desconcertante, húmedo, rocoso, regocijante y, en ocasiones, abrumador. Desde los primeros pasos se te comienza a holgar la ropa, a tersar la piel, a atiplar la voz y estás: vuelves a ser un crío. Buscas charcos que pisar, encinas por las que trepar, ramas que recoger y canciones que susurrar mientras te vas perdiendo por la frondosa garganta. Qué exótico es descender para sentirse en lo alto. ¿Qué cantarán tantos pájaros? ¿Cuántas generaciones de hortalizas han crecido en ese regadío tan obviamente secular? ¿Qué esconde el murmullo de sus aguas? ¿Qué importan las respuestas y las preguntas? ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¡Qué más da! Si aquí no pasa el tiempo, si nadie sabe a ciencia cierta cuántas cuevas esconden las rocas, si no se puede andar deprisa por miedo a perderse un ángulo nuevo con el rabillo del ojo. Sí. Hay que mirar por dónde se anda. Pero si te miras los pies dejarás de ver los jardines del rey moro, dejarás de intuir a los soldados que montan guardia allí arriba para desazón del que lo tenga que atravesar, dejarás de oler los mil musgos que respiran por aquí y dejarás de oír el lamento de la novia de Algendar que resuena por las paredes.
Entonces hueles el mar, estás llegando al final, tu cuerpo vuelve a su sitio, recuperas el semblante hosco del adulto que nunca podrá sentir lo que tu niño interior sintió… en Algendar.

Es tan correcto decir que el barranco d’Algendar desemboca en Cala Santa Galdana, como que en Cala Galdana está la entrada del barranco d’Algendar. Esta Cala es tan hermosa como improbable es su nombre, pues no figura como tal en el santoral, sino que empezó Santa Ana, los moriscos le quitaron el Santa y conservaron a Ana: Guadal-Ana (el sitio de Ana), y la reconquista conservó ambos dos: Santa Galdana.
La cala es sencillamente espectacular. Por muy urbanizada que esté nada consigue mancillar su belleza. El agua es turquesa a más no poder, el clima es inusualmente agradable en cualquier época del año, casi un microclima. Aquí hay todo tipo de servicios a disposición del veraneante y su localización es inmejorable, a mitad de camino entre Ciutadella y las playas más vírgenes de la isla. Es muy accesible tanto por tierra como por mar y está rodeada de miradores para quitar el hipo. Si están en Menorca no dejen de, por lo menos, verla por una vez en la vida. Si planean venir, no dejen de plantearse el alojarse por aquí. Si están navegando no dejen de echar el ancla y bautizar sus cuerpos en esta maravilla. No es baladí: si leyendas da algo tiene, si postales da algo tiene, si alto standing da algo tiene. Les invitamos a descubrirlo por sí mismos.

La etapa de Camí de cavalls que va del faro de Fávaritx a Arenal d’en Castell, a pesar de poco accidentada, tiene sus tres platos fuertes en el paseo por el puerto de Addaia y sus antiguas salinas, en la caminata por la parte de Mongofre, correspondiente a casi un tercio del parque nacional de la albufera de Es Grau, y el propio faro.
Naturaleza en todo su esplendor, un baño en Pou d’en Caldes, avistamiento de aves, caminos boscosos y de colofón otro baño y unas fotos en el imponente faro, primero de su género y rey de un paisaje casi lunar que de noche termina de desplegar un sinfín de matices capaz de enamorar al trotamundos más curtido son ingredientes más que suficientes para no perderse este paseo de catorce kilómetros y cuatro horas. Más que zona protegida, esta es digna de ser recalificada como zona bien protegida.

En Arenal d’en Castell tiene sucursal la empresa de alquiler de bicicletas más ecléctica de la isla. La gente de Just Fun Bikes ha desarrollado una propuesta única en su género para los amantes del deporte y la naturaleza y proponen algo más que el simple alquiler de bicis todo terreno.
Quien nunca haya montado sobre una fat bike no perderá la ocasión de hacerlo y disfrutar a lo grande en el entorno más idóneo, el Camí de Cavalls. Poder pasar el día costeando la isla, con amigos o en familia, en una bicicleta capaz de circular por tierra, arena o asfalto y, por si fuera poco, motorizada es, literalmente, una auténtica gozada. No se quedan ahí, también disponen de tándems y de customs eléctricas, la versión más ligera y futurista de las míticas Harleys para no tener límites en la isla.
A lomos de nuestra fat bike nos acercamos a la escuela del mar y nos dejamos seducir por cualquiera de las opciones que allí se practican: piragüismo, vela, remo, windsurf y submarinismo. ¿Realmente alguien pensaba que no existe el día perfecto? Aquí es posible en cualquier momento del verano.

Estando tan urbanizada, las opciones para comer o cenar en Arenal d’en Castell son tan variadas como aptas para todas las economías.
En la misma urbanización y en la vecina playa de Son Parc hay un montón de restaurantes en los que la oferta predominante es la cocina mediterránea, con mariscos, carnes y pescados de aquí y múltiples formas de interpretas los arroces y las calderetas, más o menos afortunadas, pero todas interesantes cuando se está por aquí. No hace falta ir de carta, unas raciones de sardinas, navajas o gambas siempre serán garantes de satisfacción.
Destacamos entre todas las opciones aquí presentes el White’s Bar, por su ubicación a pie de playa, las inmejorables vistas mientras se come, tanto al mar como a la piscina, y la variedad de su oferta de carta, tapas y menús. También por unanimidad de sus múltiples clientes. Es el que está más a mano y el que, gracias a su privilegiada situación, da más por menos. Fíjense aquí.

A pesar de ser la playa principal del este de Menorca, aquí es donde empieza el norte. Arenal d’en Castell es una hermosa playa con forma de concha y medio kilómetro de arenal con hamacas, sombrillas, patines y una ingente multitud de turistas que no vienen aquí por casualidad.
Es una playa urbanizada, con un gran hotel y numerosos apartamentos que, en temporada, muestran por doquier el cartel de completo. Aquí se está lejos de las calimas del sur y muy cerca de los arrecifes de pizarra, pero la naturaleza ha sido sabia y generosa en su diseño y ha resguardado la playa, de orientación puro norte, del choque frontal con la tramuntana. El resultado es delicioso, un algo de San Sebastián con tintes de Caribe y una mezcolanza cultural de las más intensas de por aquí. Todos los idiomas, todas las edades y todas las tribus comparten esta brillante laguna de agua salada, entre Addaia y Son Parc, a tiro de piedra de Fornells, Mercadal y Mahón, a sabiendas de que un Mediterráneo así es imposible en la península.
Llegar por mar a Arenal d’en Castell es también toda una experiencia por lo improbable de su geología. Pocas son las embarcaciones que se resisten al fondeo express para un baño de fortuna en sus recorridos entre Mahón y Fornells, basta observar desde la arena este ir y venir para darse cuenta de que mucho de algo tiene.

La etapa de Camí de Cavalls de Ciutadella a Cap D’Artrutx dura unas cuatro horas, pero dado que hasta Cala Blanca todo es ruta de asfalto e urbanizaciones, se puede obviar ese tramo y aprovechar el tiempo ganado para callejear por el casco antiguo de Ciutadella, que es absolutamente encantador, o para zascandilear frente a unos bebedizos al llegar al faro de Artrutx, que también lo es.
La parte que transita desde Cala Blanca al faro recorre toda la línea costera por un camino de arena desde el cual el horizonte regala al caminante en los días claros la vista de la vecina isla de Mallorca. Es un trayecto fácil, bucólico y muy marinero en el que destacamos el cabo del faro, donde todo el sur se convierte en oeste y que es el punto más cercano desde el que dar el salto hacia la mayor de las baleares sin necesidad de instrumental de navegación, pues a la vista está.

Iluminar el espíritu no es cosa sencilla, nos dicen los budistas. Siddhartha Buda, fundador de la religión que lleva su nombre, necesitó de no pocos esfuerzos para apagar sus pasiones terrenales y alcanzar el estado de paz interior que también lleva su nombre, y es que hay que esforzarse mucho para relajarse tanto.
En Cala Blanca, al borde de las límpidas aguas del margen izquierdo, hay un lugar en el que cada día del verano se esfuerzan por que el peregrino encuentre su nirvana particular. Se llama el Hola Ola Mediterranean Beach y es, tal vez, el único chiringuito de música electrónica de la isla. Sería la excepción que confirma la regla, tan manida por aquí, de que “Menorca no es Ibiza”. Nosotros añadimos: “ni falta que le hace”, pues el Hola Ola es único en su género. Aquí puede uno sentarse en la hierba o en cualquier mesa, bajo la sombrilla de ratán, a tomarse unos brebajes al son de lo último de la música Chill Out, Tropical, Deep o Progressive House mientras le asan unas carnes en la barbacoa. Quien más quien menos se dará su chapuzón o se acercará a la caseta, tentado por mover el pareo en la pista cuando el maestro de ceremonias se pone serio y provoca al personal con unos beats más profundos.
Hay una variadísima programación de eventos en este lugar, que se va moldeando en función de los “cameos” de última hora de los DJs más cotizados del panorama local, nacional e internacional, que ya han pasado de incógnito por aquí y lo seguirán haciendo para dejar su granito de arte en este magnético lugar. Siddhartha tiene mesa fija en el Hola Ola.

La playa de Sa Caleta o caleta d’en Gorries está incrustada entre la torre de vigilancia des Castellar y Santandria. En la torre se contempla un panorama digno de mención y en la playa disponemos de todo lo que se puede desear: hamacas, chiringuito, zona de picnic y bosque de pinos.
Sa Caleta destaca por desconocida, pequeña y muy del turista de aquí. Está tan solo a dos kilómetros de Ciutadella, lo que la convierte en apta para la visita a pie desde la antigua capital. Sa Caleta es especialmente recomendable para parejas, para atardeceres y para secretos baños nocturnos… pero no digan que lo leyeron aquí.

En esta urbanización también hay terrazas sobre el mar, entre las cuales destaca la del restaurante Miramar, en la que, además de incomparables vistas, se puede uno atizar una contundente caldereta o un chuletón a la piedra. Más al interior, en el 10 de la avenida Cala Blanca, está Blancala, un confortable restaurante con piscina y buenos arroces. Aquí cocina el dueño y se nota: buen producto, precios ajustados y un atardecer de ensueño.
En Cala Blanca, como ya indicamos, abundan los servicios para propios y ajenos, parejas, familias y aventureros. Si se trata de comida rápida, el Cala Blanca Burger tiene todo lo que puedas esperar de una buena hamburguesería. Hará las delicias de los más pequeños por poco dinero.