La variación de las precipitaciones se refleja en un incremento en otoño y una caída en primavera, lo cual tiene una repercusión directa en la planificación hidrológica, puesto que las aguas en el primer trimestre del año son muy valiosas para el desarrollo con normalidad de la actividad agraria y para la acumulación de reservas hídricas en embalses y acuíferos. Estas acumulaciones deben permitir atender el aumento del gasto en los meses cálidos del año, por lo que la disminución debería ser incluida dentro del futuro plan hidrológico nacional, que tendrá que redactarse en los próximos años, con el fin de “evitar problemas de desabastecimiento coyuntural”.
La segunda evidencia del calentamiento global en el Mediterráneo es el aumento de 0,8 grados centígrados en los últimos cien años en el litoral mediterráneo español, “con un ascenso muy acelerado desde 1980”, según Olcina.
Para el experto, “la manifestación más evidente de la pérdida de confort térmico en esta región ha sido el incremento muy notable de ‘noches tropicales’, en las que el termómetro no desciende de 20 grados durante toda la noche”.
Las ‘noches tropicales’ se triplican
En este sentido, ha apuntado que desde 1970 a la actualidad el número de noches tropicales en muchas ciudades de la región mediterránea se ha triplicado, al pasar de 20 a entre 60 y 70 noches de calor intenso al año, y ha añadido que, incluso, desde 2000 se observa un aumento de noches en las que el termómetro no baja de 25.
A esta subida de los termómetros se suma la humedad relativa elevada en áreas próximas a la costa, lo que dispara la sensación de calor. Por encima del 70 por ciento, el valor que realmente siente el cuerpo humano sube entre 4 y 7 grados.
El tercer signo “muy relevante” que refleja el cambio climático es, ha proseguido el experto, el aumento de la temperatura superficial marina en la cuenca occidental del Mediterráneo, especialmente en su sector central (mar Balear y de Argel).
El presidente de los geógrafos españoles ha manifestado que este incremento se cifra en 0,8 grados por término medio desde 1980, en un proceso de acumulación de calor, sobre todo, en los meses de primavera (mayo-junio) y que se prolonga en verano hasta bien entrado el otoño (octubre y comienzos de noviembre).
Este efecto de que el período anual con aguas cálidas sea mucho mayor que hace unas décadas y que, además, estas aguas sean más calientes tiene dos efectos claros. Por un lado, se favorece la citada proliferación de ‘noches tropicales’ en las poblaciones litorales, y por otro supone un factor de riesgo ante posibles situaciones de inestabilidad (‘gota fría’), que amplía su calendario de posible desarrollo desde la primavera hasta el otoño.