Ya la estoy añorando. En una suerte de ansiedad anticipatoria, me pregunto dónde está la burbuja que nos aísle de todo lo negativo que conlleva una convocatoria electoral. La burbuja superlativa, en este caso, con una convocatoria cuádruple en dos tiempos.
Como aún no sé dónde está la burbuja me dispongo, casi sin querer, a sumarme al torrente comunicativo que genera nuestra actividad política, esa que vive atrapada en una campaña permanente, esclava de las emociones y las sensaciones, anclada en el corto plazo, enemiga de las cosas sólidas, que requieren planificación, tiempo y cariño.
Me sumo para pedir ¿imposibles? Para pedir generosidad, ilusion, inteligencia y mesura a quienes tendrán en las próximas semanas la responsabilidad de convencernos de que serán el mejor concejal, consejero, congresista, alcalde o presidente. Rigor y objetividad, profesionalidad pura, a quienes nos transmitirán sus convicciones e intentarán ponerlas en contexto.
Políticos en positivo, sin revanchas ni amenazas; periodistas y tertulianos, en estilo neutro, contando lo que saben sin sesgo y expresando sus opiniones sin soberbia ni malicia. Unos y otros, conscientes de que hay mucha vida más acá de la eterna campaña en favor de unas siglas y/o una marca personal.
¿Pido imposibles? ¿He conseguido yo reflexionar y escribir sobre la que se avecina de manera constructiva? ¿Si pido una burbuja no estoy condicionando mi propio discurso, asumiendo que esta ‘multiconvocatoria’ nos dejará más de lo mismo antes y después? ¿Sólo cabe aspirar a la burbuja o es realmente posible que la clase política y los medios de comunicación se pongan las pilas para recuperar la confianza de los ciudadanos en las instituciones?