A lo largo de la historia los mosquitos han sido una molestia. No solo porque la picadura (realmente mordedura) de un mosquito es dolorosa e incluso puede dejarnos una molesta inflamación. Lo más preocupante es que en algunos meses del año, como la primavera y verano, se multiplican. Un tiesto con agua que no ha absorbido la tierra, un abrevadero abandonado o cualquier espacio donde haya un poco de agua estancada es el nido perfecto para que se reproduzcan.
A destacar que todavía hoy en día, los mosquitos transmiten enfermedades como el dengue, la malaria, el mal de Chagas, la leismaniosis, esquistosomiasis, fiebre amarilla, el virus del Nilo y otras como el zika y la chikungunya.
Pero hay muchas formas de alejar a los mosquitos. Una mosquitera en la ventana, puerta o alrededor de nuestro lugar de descando puede ser el primer muro físico que deje a los visitantes fuera del alcance de nuestro hogar. Aunque no es del todo fiable puesto que un agujero ínfimo puede permitirles pasar. Y si abrimos y cerramos a menudo esta frontera, se colarán adentro. Existen remedios caseros de todo tipo para ahuyentarlos; utilizar limón y clavo, velas, aceites o incienso, plantas como la albahaca,…
Luego están las armas más convencionales. Productos químicos que se calientan y desprenden aromas que no agradan a estos visitantes. Entre los repelentes que hay en el mercado, el grado de eficacia varía mucho. La mayoría coincide en que un compuesto denominado DEET, la icardina y aceites de eucalipto son la combinación que aleja a los mosquitos de nuestra piel.
Utilizar insecticidas es otro elemento que suele funcionar, pero deberá controlarse su uso en función de si es un lugar en el que vamos a quedarnos (una habitación, nuestro dormitorio) justo después de rociar los rincones de la estancia. También hay que tener presentes a bebés o mascotas.
Localizar visualmente al mosquito y estampar una zapatilla es muy efectivo, a menos que la guerra sea contra un batallón de mosquitos.
Suerte.
