Hace años, décadas, cuando llegaba la época estival se desataba una competición feroz en la que participaban empresas discográficas y artistas por ganar un premio que oficialmente nadie otorgaba: la canción del verano. Había grupos y cantantes que eran auténticos especialistas y que no fallaban: más o menos a mediados de junio, o por San Juan, sacaban su cancioncilla, que inmediatamente empezaba a sonar a todas horas en la radio, más o menos según el apoyo y la potencia de la discográfica.
La mayoría eran productos deleznables, pero con tonadillas pegadizas, que servían para amenizar los guateques veraniegos y hacer bailar a cuerpos sudorosos, embriagados de sangría o combinados baratos. Pero también había canciones dignas, incluso excelentes, cuyo lanzamiento había coincidido con el inicio del verano, de manera accidental o deliberada.
En 1967, por ejemplo, hubo en las radios españolas, y entre los profesionales y los fans, una auténtica competición para declarar la mejor canción de ese verano entre ‘A Whiter Shade of Pale’ (traducido aquí como ‘Con su Blanca Palidez’), de Procol Harum, y ‘Lola’, de Los Brincos, piezas ambas de mérito y calidad, si bien ni en ese momento ni ahora, cincuenta y cuatro años después, puede haber ninguna duda de la inmensa diferencia en favor de la canción británica. Pero, claro, en aquel momento el componente chauvinista jugaba a favor del producto local, que, en cualquier caso, era mucho mejor que la mayoría de canciones del verano de los años precedentes y subsiguientes.
No estoy ya muy al tanto de la actualidad de la música pop, aunque sí sé que sigue habiendo canciones para el verano. Pero no me parece que haya en estos momentos aquella efervescencia de competición, que tenía consecuencias económicas muy serias, puesto que implicaba la venta de miles o decenas de miles de discos y la contratación de bolos por toda la geografía española, para los artistas locales, por supuesto, no para los internacionales anglosajones, que en aquel tiempo no visitaban nuestro país, o lo hacían excepcionalmente.
Ahora las ventas de discos han caído hasta casi la desaparición y el negocio está en los conciertos en directo y en el ‘streaming’, de modo que la función de las radiofórmulas, las plataformas y esos personajes tenebrosos llamados ‘influencers’ ha cobrado una enorme importancia.
Con una cierta semejanza con el tema de la canción del verano, se viene observando en los últimos años un sustancial crecimiento de lo que se ha dado en llamar lecturas para el verano, o libros para el verano. Es cierto que siempre ha habido, por parte de algunos críticos y editoriales, recomendaciones de libros para leer durante la canícula, pero el fenómeno está creciendo exponencialmente. Ahora no hay prácticamente crítico literario, periódico, revista, editorial o librería que no emita su lista de lecturas para el verano, sus listas en realidad, ya que suelen hacer una de ficción y otra de no ficción, y en Catalunya y aquí, en Baleares, incluso sacan las correspondientes en castellano y en catalán.
Dicen los entendidos, y no seré yo quien les lleve la contraria, que en este país se publica mucho, se compra menos y se lee poco. También es cierto que parece que la compra y la lectura de libros ha mejorado durante el confinamiento por la pandemia de Covid 19. De ser así, sería una de las pocas consecuencias positivas de la misma y sería de desear que se mantuviera cuando consigamos llegar a la nueva normalidad, que ya está muy claro que nunca volverá a ser como la normalidad de antes de la pandemia.
Por convicción de lector empedernido, no puedo criticar ni estar en contra de una iniciativa que intente motivar la lectura, pero el problema está en la calidad y la tipología de los libros que se recomiendan. De lo que yo he visto, que reconozco que no ha sido en absoluto exhaustivo, hay mucha presencia de novelas de autores ‘bestsellers’ en el apartado de ficción y demasiados ensayos escritos con precipitación por periodistas sobre los temas de la actualidad política y social inmediata, casi siempre mal digerida y enfocada sin el debido ejercicio de distanciamiento ideológico.
Mucho más positiva me parece la iniciativa catalana de celebrar el “Llibrestiu”, una feria del libro descentralizada, el 15 de julio, antes de las vacaciones, que permita un contacto directo con los libreros, y eventualmente con algunos autores, y recibir sus recomendaciones de manera directa y, muy importante, personalizada.
En fin, no seré yo el que haga ninguna lista de lecturas sugeridas. Lo que sí propongo es que visiten las librerías, paseen entre las mesas y las estanterías, hojeen, con respeto, los libros que les atraigan y, si les convence alguno, cómprenlo y léanlo, aunque no esté en ninguna recomendación ni en la lista de más vendidos.