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“¡Ostras, Pedrín!”

Un artículo de Jaume Santacana

"Las ostras son – junto con las trufas, las ancas de rana y los huesos de aceituna triturados convenientemente- uno de los alimentos que ostentan un mayor grado de erotismo en su degustación".
"Las ostras son – junto con las trufas, las ancas de rana y los huesos de aceituna triturados convenientemente- uno de los alimentos que ostentan un mayor grado de erotismo en su degustación".

Hace unos cuantos días (no lo sabría decir con precisión) tuve el enorme placer de zamparme media docena de ostras, acompañado por una persona de muy grata compañía; por cierto, la dama -porque sí, se trataba de una dama- compartió mantel y candelabros conmigo pero no aceptó zamparse ni un ejemplar de tan marino molusco. No son de su gusto o, como dirían en el “Foro”, “no la gustan”.

La ingestión de estos moluscos bivalvos suele ser garantía de éxito. Las ostras son, siempre, voluptuosas y altamente sensuales; por cierto, si algún o alguna de ustedes, osados u osadas, prefieren cambiar la letra N por la X, en la palabra “sensual”, pueden hacerlo libremente.

Llevarse al paladar el “moco” (lo llaman así los científicos) que habita en el interior de esos simpáticos animalillos marinos, puede trasladar al individuo que lo ingiere, a un cierto delirio de tipo emocional,debido a que, entre sus componentes, figura un nada endeble pero frágil componente afrodisíaco, es decir, un rasgo que conduce al apetito del amor, en su estado más físico, o sea, bestial.

Las ostras son – junto con las trufas, las ancas de rana y los huesos de aceituna triturados convenientemente- uno de los alimentos que ostentan un mayor grado de erotismo en su degustación; estaríamos hablando, claramente, de una especie de “viagra” marina.

El propio tacto meloso y fundible de su carne, ya produce una serie de sensaciones agradables, justo en el momento preciso de entrar en contacto con ese órgano humano tan apreciado –y tan erótico, también- como es la lengua; y no me refiero al idioma. El aroma que desprende el animal citado conduce, indefectiblemente, al sabor, fuerte i “guerrero” del mar: lamer, saborear, con sana fruición, el cuerpo de una ostra…(¡Ay, ay, ay, que me pierdo!)

Las ostras hay que comerlas indefectiblemente, sí o sí, vivas, crudas, sanas y con cierto dificultad en el momento de su apertura, un instante sagrado y repleto de emociones varias. En algunos países de larga tradición democrática y cultural, pero de un salvajismo y mal gusto que no se los salta un torero, las comen (las destrozan) cocidas y recocidas al horno: un asco, oigan. Cuando suenen las trompetas de Jericó, Dios Nuestro Señor lo va a tener en cuenta y les van a caer condenas infernales de, por lo menos, entre diez y veinticinco lustros. Los hay que, para más inri, les añaden champán o -lo que es peor- salsa (¿salsa?) Ketchup. Esos van a tener amistad profunda con el maestro Satanás…

“Aburrirse como una ostra”: falacia impresentable. Las ostras se lo pasan pipa; sólo falta verlas agarraditas a las rocas, meciéndose placenteramente al son de la suave corriente marina…vaya perla…

¡Ostras, Pedrín!


Comment

  1. … un artículo pseudo gastronómico, que lo único que esconde es la necesidad de mentar a “su” dios y a ese tal satanás, ambos fábulas inexistentes… en fin, en mi caso no sé si soy alérgico a las ostras, porque las veces que las he probado, acabé de madrugada agarrado al inodoro vómito tras vómito… así que de afrodisíacas nada, a mí me funcionan mucho mejor otros estímulos, en los que la dama tiene mucho que ver, poniendo de su parte, vamos…

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