Al conmemorar el día en que nuestras islas establecieron su estatuto de autonomía hace ya la friolera de treintainueve años, merece la pena hacernos una pequeña reflexión sobre lo que ha significado para todos nosotros este acercamiento del poder político a nuestra realidad. Hay que hacerlo, eso sí, no en la calma habitual que sólo rota por algunos escándalos puntuales ha caracterizado el devenir de estos años en Baleares, sino en la agobiante realidad post o tardopandémica, con el ejército ruso a las puertas de Kiev, y aproximándonos por orden, entre los trastornos de una sustitución en la calle Génova y el gobierno por decreto de nuestra administración autónoma llegando a los últimos rincones de nuestra sociedad.
Hay que hacerlo, además, en el momento en que las dos viejas Españas -recordemos que una de ellas ha de “helarnos el corazón”- han incluido en el debate por un lado la posible prescindibilidad de todo el entramado de la administración autonómica y por el otro la posibilidad de “cantonalizar” todo el sistema político nacional. No estamos, desde luego, en el escenario más cómodo para valorar serenamente lo que ha significado este tránsito político y administrativo en nuestras vidas y mucho menos para los discursos autocomplacientes que han venido amenizando las veladas habituales de celebración de nuestra fiesta.
Todo ello no obsta, a pesar de representar un marco tan poco propicio como agresivo, para que nuestros poderes públicos sigan estando obligados a considerar con seriedad y rigor cual ha sido nuestra trayectoria, estos casi cuarenta años de autogobierno, qué constituye exactamente nuestro presente y hacia donde nos dirigimos como comunidad.
Es cierto que nuestras islas, como el resto de Europa, han progresado en lo material y, a pesar de las crisis y las disfunciones inherentes al sistema, en lo económico. Hemos vivido, eso sí y especialmente en Menorca, grandes cambios en nuestra actividad que se han materializado en la dependencia exagerada de un sector y la disminución progresiva de los otros. Hemos visto aumentar considerablemente el papel del gobierno como regulador y como, abandonando sus funciones de árbitro y mediador, se ha convertido en un partícipe directo mediante la práctica de un intervencionismo exagerado que hace depender sectores enteros de sus ayudas y del cumplimiento de sus exigentes normativas.
Hemos desarrollado formidablemente el conocimiento mutuo entre unas islas que habían vivido de espaldas unas a otras y cuyos referentes además no eran los mismos. Había quienes miraban a Barcelona, los que lo hacían a Madrid y los que miraban a Valencia, pero nunca había habido tanto tráfico y entendimiento entre islas como hay ahora.
Nos sigue faltando, eso sí, el referente de un sentido de identidad común. Un, digámoslo así, sentido de apego a una tradición, una cultura y una historia que nos pertenezca a todos y nos permita reconocernos como un solo pueblo. Y eso resulta cuando menos extraño en un espacio físico caracterizado por la insularidad. Esto no se debe, por supuesto, a la extraordinaria capacidad de acogida de la población balear y a su buena disposición para integrar a cualquiera que decida integrarse en nuestra comunidad; parece más una carencia propia, se nos conoce y reconoce mejor a través del Archiduque Salvador o de Robert Graves que por nosotros mismos.
Y resulta extraño porque este debería haber sido uno de los grandes objetivos políticos y sociales de nuestras administraciones propias. Es cierto que no resulta fácil e implica no sólo una auténtica voluntad, sino además un sólido acuerdo sobre lo que constituye lo mejor de nosotros mismos y aquello que nos caracteriza. Pero el cultural es precisamente el sector más frágil ante la intervención de la política y su voracidad por el día a día. No resulta fácil identificar las razones por las que nuestra actividad cultural floreció en las circunstancias adversas de una dictadura -y precisamente escorado del lado de quienes no se plegaban a ella- y decayó ante las zalemas de un sistema político supuestamente propicio a su desarrollo.
Resulta imperdonable el olvido del brillante papel representado por nuestras islas durante la época medieval y renacentista; en el derecho marítimo, en cartografía con la impresionante obra de Cresques o en el pensamiento con el sorprendente Ramon LLull. En la modernidad con nuestro abandono de la figura insigne del colonizador de California, Junípero Serra o con la presencia británica en Menorca o, ya en el XIX, la figura de Farragut, primer almirante estadounidense e hijo de Jordi Farragut, natural de Ciutadella.
Pero ya se sabe, vivimos en tiempos oprobiosos en los que la tradición, la identidad y el patrimonio cultural han de ser sustituidos por una memoria escorada por la ideología correcta. ¡Todo sea que no se descubran rituales desagradables entre los fenicios de Ibiza o los talaioticos de Menorca que nos hagan volver la cara con repulsión ante sus construcciones y nos obliguen a considerar la posibilidad de derribarlas! No es razonable pasar cada día a la sombra de catedrales, palacios y monumentos erigidos a la mayor grandeza de nuestras islas y sus habitantes y desconocer todo sobre las circunstancias de su establecimiento.
Sirvan estas líneas, en este día grande de nuestras islas, al menos para rememorar nuestros mejores logros y nuestra pequeña, si se quiere, pero valiosa contribución a la historia del mundo.
Las Baleares no existen, están “los otros” y Menorca, la paria de las islas, abandonada a su suerte en manos de políticos pusilánimes y servirles, más interesados en complacer y conseguir su plaza en el cementerio de elefantes que es el Govern Balear que por luchar por esta pequeña isla
… lo único que me chirría en este panegírico pertinente, es esa sorpresiva mención a las cuitas que tiene el partido popular español de derechas en su sede en la calle Génova de la capital mesetaria, que no veo qué puñetas tiene que ver en un escrito que habla de nuestra fiesta como baleares que somos.. la pandemia lo entiendo, hacemos un poco de mención a la actualidad porque nos afecta a todos por igual, pero lo que les pase o deje de pasar a los peperos, como que no nos interesa lo más mínimo, pues los habitantes de las islas Baleares no somos “per se” votantes de ese partido político, como tampoco somos católicos, como tampoco somos todos del club de Florentino… no confundas tus filias con las de TODOS los baleares…