El lejano recuerdo de un olor, de un sueño, de una vida.
El olor del jabón, de un perfume, de una colonia, de un champú. El olor del Vips Vaporub o de un jarabe de fresa.
El olor de la tinta, del cartón, del papel, de una hoja seca. El olor de un periódico, de una revista, de un libro nuevo.
El olor de la hierba mojada. El olor de una chimenea encendida. El olor de las estaciones. El olor de la tierra. El olor del mar.
El olor del chocolate caliente, del té, del café. El olor de un cruasán, de una ensaimada. El olor de una pastelería.
El olor de una vela, del incienso, de una iglesia. El olor del traje o del vestido de la Primera Comunión.
El olor del jazmín, del azahar, de la albahaca, de la lavanda, del tomillo, del romero, de la vainilla, del azafrán.
El olor de la piel de la persona que amamos. El olor —y el sabor— de un beso, de un abrazo, de una caricia.
El olor del cuero negro. El olor de la ropa nueva, de la ropa limpia, de la ropa guardada en un arcón.
El olor de la casa de la abuela. El olor de la infancia. El olor de las aulas, del pegamento Imedio, de los lápices Alpino, de un estuche nuevo, de las gomas de borrar Milan.
El olor de un vaso de leche, de un zumo de naranja, de una tarrina de miel. El olor del queso. El olor del aceite. El olor del pan.
El olor de las castañas asadas, de la tortilla de patatas —con y sin cebolla—, de la sobrasada, del foie-gras.
El olor de una cocina, de un restaurante, de un bar, de un hotel o de un local que tal vez hace ya mucho tiempo que fue abandonado.
El olor de la fruta, de la verdura. El olor de un mercado, de una feria. El olor de un cine, de un teatro. El olor de un pueblo. El olor de una ciudad.
El olor de un habano, de un cigarrillo, del tabaco de pipa.
Cualquier olor que tenga que ver con los recuerdos, con los sueños, con la vida.
… me ha gustado… porque todos somos Proust…