Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que batían las palmas en los balcones. Cada día, a eso de las ocho, cruzabas una mirada con el vecino, regalabas una sonrisa a un desconocido y pensabas que juntos encontraríamos una salida en el laberinto del coronavirus.
Las calles se llenaban de aplausos a sanitarios, policías o bomberos. Los actos de solidaridad se reproducían desde cada rincón de Menorca. El arco iris iluminaba las ventanas y la música sonaba celestial desde alguna casa. "El confinamiento nos hará mejores", exclamábamos.
Una consideración que se hizo añicos a poco de recuperar la libertad.
Apenas volvió a latir el corazón de los pueblos, de las ciudades, de las calles, nos dimos cuenta de que habíamos vivido en una burbuja de "buenismo", compromiso y corazón absolutamente frágil y ficticia. Magullados por la crisis sanitaria, por el desempleo, por los Ertes, por una temporada turística catastrófica y por la incertidumbre, hemos salido peores del encierro.
Las miradas de desagrado en el supermercado, la desconfianza en el ascensor, los miedos al cruzarte con la gente, el pánico en los aeropuertos. La mascarilla, el calor, los que fuman en las terrazas, los monárquicos, los republicanos, los de izquierdas y los de derechas, los del Barça y los del Madrid. Todo es mucho peor.
Ahora que todos hablamos más del próximo invierno que del verano, que los contagios van en aumento, que los turistas empiezan a hacer las maletas para volver y el Covid-19 nos va abriendo de nuevo la puerta de casa, la situación es todavía más cruda. Basta con preguntar a un camarero, consultar a un médico o hablar dos minutos con un cajero de supermercado. O pasarse por los comentarios de algún medio digital. El odio se vomita a litros.
Los periodistas, acostumbrados como estamos a vivir en un sector precario, demonizado y en constante exposición a la crítica, hemos normalizado desde hace tiempo este tipo de reacciones tan agresivas. Hoy, sin ir más lejos, un error en un artículo de este diario ha provocado 29 comentarios hirientes en apenas dos horas. Una locura que solo se entiende desde una reflexión: la pandemia nos ha hecho peores.
No todos los gremios tienen esa capacidad de soportar esa inquina, la malquerencia del que tienes al otro lado. Y eso va a ser duro, ya lo verán. ¿Imaginan a alguien llegando a su panadería, cafetería, oficina, taller, tienda... a decirle que se producto es una basura? Nos ha cambiado el humor, el tacto, la empatía. Ya nadie se acuerda de los aplausos y de ser solidario. La batalla por sobrevivir tiene estas cosas. Suerte.
La pandemia nos hará peores
