Entre el comedido “para ser buen periodista hay que ser buena persona” y el contundente “se puede ser miserable o se puede ir un poco más allá y ser Susanna Griso”, oscila el aluvión de críticas que ha recibido la conductora de “Espejo público” tras preguntar a Ángel Hernández si uno de los motivos por los que había hecho pública la ayuda para morir que prestó a su mujer, enferma terminal, era incidir en la campaña electoral y el debate político.
Las rápidas disculpas de Griso no han servido para atajar la polémica sobre la voluntad de morir dignamente, alimentada por dolorosos antecedentes y el correspondiente cruce de reproches y justificaciones políticas e institucionales sobre la falta de regulación y medios para hacerlo. La sociedad española se enfrenta, una vez más, a una cuestión espinosa para la que no parece estar preparada. Le falta serenidad y tiempo, y le sobran un sinfín de prejuicios. Carencias y excesos que la actual coyuntura no contribuye a paliar.
Somos fruto de un devenir histórico dilatado en el tiempo y enmarcado en coordenadas monolíticas. Siglo tras siglo, la preponderancia de religiones monoteístas y de poderes feudales y absolutos han modelado paulatina, inadvertidamente, nuestra manera de pensar. Es tan difícil revertir el influjo de los dogmas de fe y la desigualdad de cuna experimentado generación tras generación, como ser capaces de detectar hasta qué punto han llegado a permear lo que somos, lo que hacemos.
Sin asumir esta realidad, resulta casi imposible abordar con éxito cuestiones como el aborto, la eutanasia, la violación o la organización política o territorial de un país. Aunque parezca una paradoja, por su apasionante y desesperada indeterminación, conceptos absolutos como la vida, la muerte, la libertad o la identidad son absolutamente incompatibles con planteamientos absolutos, unívocos.
En España, entender esto, está costando mucho. Somos una democracia joven y débil, con voces que quieren seguir sentando cátedra, aunque tiemblen en medio de sus propias contradicciones (a pie de calle, a ver si se entiende, por ejemplo, el libre albedrío y la condena a la homosexualidad, o el rechazo al diferente), con instituciones incapaces de renunciar a privilegios y modernizarse, de acercarse al otro aunque sea variando su esencia (hasta su desaparición, llegado el caso).
No hay una única manera de vivir, de morir o de decidir, hay muchas. No todas igualmente válidas, pero hay que tenerlas en cuenta. Y, aunque, en apariencia, sean irrenunciables, para hacerlas mínimamente compatibles, hay que intentar llegar a un acuerdo. Escucharse, no imponer ni creencias ni delirios personales, por muy compartidos que sean, y establecer normas de mínimos que garanticen la equidad y la convivencia. Para llegar a un acuerdo, hay que avanzar. Despacio, pero avanzar.
… no se podrá avanzar en este país hasta que soltemos lastre… el concordato con la santa secta católica apostólica y romana, por ejemplo, que emponzoña nuestra sociedad desde ese pequeño grano en el culo de Europa que es el estado teocrático antidemocrático misógino y machista vaticano… no somos un país realmente soberano, en parte por la existencia de esos acuerdos tardofranquistas que son tan difíciles de revertir, o eso es lo que se pretende hacernos creer… sólo hay que votar a los que de verdad tienen la valentía de denunciarlos para que los quiten de una vez y podamos respirar y progresar como sociedad libre