Anticlinal

En el cajón de sastre que son las redes sociales me tropiezo con la imagen del anticlinal de Sot de Chera. La comparte Rafael Sirera y yo se la envío a mi hermana Carmen, una estupenda ingeniero de Montes, capaz ganarse la vida ejerciendo de lo suyo en un país donde la política forestal deja bastante que desear. Lo reconoce al instante. “Es muy chulo. Hay bastantes por allí pero éste está súper bien definido y al lado de un camino, lo tiene todo”. 

Cuando le confieso mi ignorancia, me explica con sencillez que que se depositaron materiales en capas y, luego fuerzas convergentes presionaron y elevaron los estratos. Con su “es como si pusieras una mano frente a la otra, tocándose los dedos. Al apretar, se elevan formando una A”, pero no como una falla que  “son roturas, pero no tenían previamente continuidad”, me lo acaba de aclarar.

Y me da motivo para pensar que un anticlinal bien puede ilustrar los procesos experimentan nuestras vidas, individual y colectivamente. Procesos difusos, en ocasiones inadvertidos, tanto que  cuando se es consciente de ellos, es demasiado tarde para, revertirlos. Procesos como el que experimenta la sociedad española, que lleva años fraguando su particular anticlinal. 

Por un lado, la fuerza de quienes se adaptaron a los cambios sin renunciar a la visión nostálgica y agradecida del pasado que dejaban atrás frente a los que vieron en esos cambios el trampolín que impulsaría nuestro país a una democracia firme, de sólidas e integradoras instituciones económicas y políticas, y a una sociedad enriquecedora y plural.

La fuerza de ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’ y la de ‘lo  mejor está por venir’ han ido presionando progresivamente sin ser conscientes de que la cúspide del anticlinal es muy estrecha. Como la dos líneas diagonales de la A, converge en un punto y sólo integrando lo mejor de una y otra, el anticlinal se revela de manera completa, imperfecto pero bello, mostrando sin complejos los distintos aportes que lo hicieron posible.