Menorca vuelve a decir adiós a un hombre que emprendió cuando la palabra no estaba de moda, Santiago Pons Quintana. La Isla puede presumir de un buen puñado de hombres y mujeres (por razones obvias, no todas las deseables en buena parte del siglo pasado) que, como él, han soñado para conviertir Menorca en el lugar perfecto para crecer profesional y vitalmente. Y no sólo soñado. Santiago Pons Quintana no fue un soñador, fue un “arriesgador”, si se me permite la expresión.
Una persona que apostó por pasar de la tradición de un taller de calzado a la industrialización, forjando una firma que ha conseguido crear moda, empleo y bienestar durante casi 70 años. Su apuesta nace en la España tambaleante de la posguerra, en un momento de grandes dificultades, que supo superar, y de oportunidades, que supo ver, y se desarrolla al compás de los fluctuantes ciclos económicos y de la doble insularidad, arraigada en su gente y su pueblo.
Porque la de Pons Quintana es una trayectoria de fecunda proximidad. A sus familiares les implica en la empresa, a sus colegas y vecinos en proyectos de futuro y sostenibilidad, ya sea desde su empresa, PIME, el Ayuntamiento de Alaior, la Cruz Roja o el grupo de amigos con los que disfruta de la vida.
Más de uno dirá que ya no quedan empresarios, persones, como Pons Quintana. No es cierto, quedan. Quizás pasan más desapercibidas; quizás no son exponente de aquella generación de menorquines valientes que puso en el mapa este rinconcito mediterráneo. Pero más uno, seguro que se mira en su espejo, en el de las personas que sueñan y arriesgan, arraigadas en Menorca con las ramas libres de fronteras.