No sé si estarán ustedes de acuerdo conmigo, pero a veces pienso que buena parte de las actuales tensiones políticas y mediáticas que hay en nuestro país se deben a que en nuestra tierra se hace muy poco ejercicio físico de carácter lúdico, liberador y placentero. Que se baila muy poco, vamos. De hecho, siempre he oído decir que bailar es muy bueno para la salud, sobre todo para activar nuestra circulación.
Yo mismo, cuando estoy un poco tenso o algo nervioso, entro en el comedor de casa, conecto el equipo de música, me pongo los auriculares y me pongo a bailar. En esos instantes, para sentirme quizás algo más acompañado, me imagino que los peluches que tengo diseminados por los anaqueles de las estanterías cobran vida y también se ponen a bailar conmigo. Y así, de este modo, me siento un poco más tranquilo, relajado y feliz.
En esto del baile o de la danza soy esencialmente funky-disco-popero cuando me pongo a dar saltos en casa, pero más bien de gustos clásicos cuando soy sólo un mero espectador, especialmente en el cine. Así, sin desmerecer en absoluto los sugerentes y sensuales movimientos de John Travolta en «Fiebre del sábado noche» o de Kim Basinger en «Nueve semanas y media», mis preferencias cinematográficas musicales se centran, esencialmente, en los grandes —y recatados— musicales de Hollywood de los años cincuenta. Estoy pensando ahora en películas de excelentes directores como Stanley Donen, Gene Kelly o Vincente Minnelli.
Obras maestras como «Un día en Nueva York», «Un americano en París», «Cantando bajo la lluvia», «Siempre hace buen tiempo» o «Melodías de Broadway 1955» tenían en común sus extraordinarias coreografías, su elegante sentido del humor y el hecho de que sus protagonistas cantaban y bailaban en calles, avenidas y otros espacios públicos, incluidas también las aceras. Claro que entonces había menos coches, motos, bicicletas, monopatines, ‘segways’ y patinetes eléctricos amedrentando a los pobres peatones.
Dejando ahora de lado al séptimo arte, he de reconocer que en las calles del centro de Palma he visto bailar en alguna ocasión a niños y a adolescentes, aunque nunca a ningún adulto, seguramente por timidez o por no tener que dar explicaciones ante la autoridad competente. En cambio, en las playas de nuestra querida ciudad o en las de la animada Magaluf muchos residentes y turistas parecen estar plenamente imbuidos cada verano del ruego que se repetía en la mítica canción de Objetivo Birmania «Baila para mi», uno de mis temas favoritos de los años ochenta.
«Baila para mi, cha, cha, cha. Como tú sabes. Baila para mi, cha, cha, cha. Baila y no pares», decía el estribillo de esta canción, que, no se lo digan por favor a nadie, me gusta bailar repetida y alocadamente cada mañana, aunque por el momento sólo en casa.
… tienes gustos viejunos, por mucho que les llames clásicos… pero es un hecho que en un futuro MUY CERCANO, veremos que los animadores de los hoteles del IMSERSO e incluso los médicos de psicomotricidad de los geriátricos, dejarán de usar esos viejos discos de boleros, de chachachá y a paquito el chocolatero, para poner de una vez la música que nuestros abuelos y abuelas demandarán : techno máquina bakalao, industrial destroyer o comercial eurobeat, pero música moderna, porque las generaciones van pasando, y los ritmos de museo se irán relegando al olvido… yo ya voy viendo abuelitas con brazos de los que cuelgan ya colgajos de piel TATUADA, y dentro de nada fumarán maría en los asilos, con sus piercings nasales dando el cante… la generación de la eclosión del TECHNO está próxima a jubilarse… muera Tom Jones de las narices