Desde que entró Internet en nuestras vidas, todo lo que conocemos ha ido pasando inexorablemente de lo físico a lo digital, es decir, del átomo al bit.
La música, las fotografías, el vídeo, los libros, las enciclopedias… Todo pasó en un santiamén de lo físico a lo digital. Lo digital nos envuelve y, ciertamente, trae ventajas: abarata costes, acerca el conocimiento, facilita la transmisión de la información y permite ganar en eficiencia. Recuerden qué ocurría cuando nos equivocábamos de tecla en un folio escrito en nuestras antiguas máquinas de escribir.
Prácticamente hasta el dinero es digital. La mayoría del dinero fiat en circulación se crea con bits representados por ceros y unos. Pagamos con tarjeta o mediante transferencia en nuestra banca online y apenas hacemos uso de billetes y monedas. Hay países que han anunciado la paulatina desaparición del dinero físico.
Las criptomonedas han dado un paso de gigante para digitalizarlo casi todo. El nuevo dinero, los “títulos” de propiedad representados por tokens no fungibles (NFTs), la banca descentralizada (DeFi) y hasta la manera de contratar, se han convertido en digitales.
Hasta se han creado una serie de nuevos hábitats que replican el mundo físico o construyen mundos totalmente imaginarios. En ellos podemos, a través un alter ego llamado avatar, tener experiencias únicas o colaboraciones de trabajo con personas (o sus alter ego) que residen a kilómetros de distancia. Por poder, hasta podremos viajar en el tiempo. Los nuevos mundos virtuales se denominan metaversos y su límite está en nuestra imaginación.
En marzo de 2021 escribí en este mismo espacio, una columna titulada: “Se vende terreno digital” y cogió por sorpresa a muchos de ustedes ¿Cómo pudo pagar alguien 1,5 millones de dólares por un terreno virtual en un universo que, para muchos, no existe? Pues sí, eso es lo que ocurrió en Lunacia, el universo de Axie Infinity, un juego cuyos personajes recuerdan a los antiguos pokemon y que permite ganar dinero a base de ganar batallas. La lógica económica del comprador de ese terreno fue aplastante. Quería monetizar su inversión ante la creciente entrada de nuevos usuarios y tenía muchas ideas para ello.
Pues bien, casi un año después, esa astronómica cifra que se pagó por un terreno virtual se ha quedado corta. El pasado mes de diciembre, la empresa Republic Realm compró un terreno en el metaverso de The Sandbox por 4,3 millones de dólares, siendo la cifra más alta por una compra de ese tipo, a día de hoy. Un mes antes, en noviembre, Metaverse Group había comprado en el universo de Decentraland un terreno por 2,4 millones de dólares, un importe que daría para comprar una hermosa villa con vistas al mar en Port d’Andratx ¿Nos estamos volviendo locos?
Teniendo en cuenta que el número de terrenos es limitado y el número de usuarios en estos mundos no para de crecer, la psicología y la economía de la escasez se ponen en marcha. Un terreno virtual bien ubicado, en propiedad o en alquiler (sí, también se arrendan) permite muchas posibilidades de ser monetizado. Un conocido rapero compró un terreno en el que monta fiestas virtuales a las que solo se puede entrar con invitación. Sus fans no tienen otra opción de acceder a su entorno privado. Otros cantantes como Bon Jovi y Lady Gaga tienen comprometidos conciertos virtuales en alguno de esos terrenos y reportarán ingresos a los propietarios o a los arrendatarios. Casi todo es posible en el metaverso.
Las experiencias que se pueden vivir en esos entornos virtuales son únicas y prometen ser incluso mejores a medida que se desarrollan accesorios para hacerla más intensa. Ya existen guantes basados en tecnología háptica para sentir el tacto de lo que toquemos (o a quien toquemos) con nuestro avatar. Del mismo modo se están desarrollando sensores que captan impulsos eléctricos que replican el gusto y el olfato de nuestro alter ego virtual. Lo que él huela, oiga, vea, toque o pruebe, nosotros lo sentiremos. Piensen en las posibilidades que ello implica. Soy consciente de que es difícil de creer o de entender pero no por ello deja de ser una realidad.
En un mundo físico en el que los jóvenes han vivido dos crisis económicas (la misma, para algunos) y sus trabajos esporádicos y precarios, han encontrado en los juegos del metaverso, una fórmula de evasión de realidad y una forma de obtener ingresos porque una de las posibilidades de monetización que permite la blockchain son los juegos “play to earn” o jugar para ganar. En Filipinas, es común ver como muchos jóvenes aportan a casa el sustento que no encuentran en el mundo físico, gracias a las criptomonedas ganadas con el juego Axie Infinity. En este caso, como en el de la mayoría, el origen de los metaversos ha tenido su origen en un juego.
Cuando escuchen hablar del metaverso no hagan oídos sordos. Son poderosas las razones que hacen pensar que ha venido para quedarse. La apuesta de Facebook por él, cambiando su nombre hacia el de Meta, demuestra la aceleración hacia una nueva forma de interactuar. El metaverso representa el futuro de las redes sociales.
Como todo avance tecnológico, el metaverso tiene aspectos beneficiosos y perjudiciales. Depende del uso que se haga de él. Siempre que complemente la vida real y aporte nuevas experiencias, será bienvenido. Si la sustituye a modo de evasión, será nocivo para quien se instale en una ficción permanente.
Recientemente, Facebook ha sido investigado por haber hecho caso omiso de un estudio que reflejaba el daño que produce Instagram en los jóvenes por el potenciar en exceso el culto a la imagen. El metaverso va incluso más allá. Permitirá que los jóvenes sean lo que quieran ser. Si se ven desfavorecidos en la vida real, en ese mundo virtual podrán ser súper héroes. Los niños con sobrepeso o delgados podrán ser como Chris Hemsworth (actor que dio vida a Thor). Ellas, si lo desean, podrán ser como su mujer en la vida real, Elsa Pataky.
En el metaverso además, no existe el pasado mientras que, en la vida real, nos condiciona. De no tener un pasado liviano y llevadero, el mundo virtual puede significar una evasión. El gran peligro del metaverso es la deshumanización del ser humano.
Para quien les escribe, el metaverso tiene aspectos muy positivos, tanto en el ámbito del ocio como para el empresarial y profesional pero, mal entendido, podría significar el futuro que algunos quieren para nosotros: un mundo deshumanizado e individualista en el que estemos todo el día pegados a nuestras gafas y, parafraseando el lema de la Agenda 2030, tengamos apariencia de felicidad, aunque no poseamos nada.
El metaverso significa dar un paso más allá. Veámoslo como un gran parque temático en el que tengamos experiencias inolvidables sin movernos de casa, pero finitas. Debemos ser capaces de volver a nuestra realidad y contárselas a nuestros amigos y familiares mientras paseamos por la montaña o por la playa. La montaña, la playa, los amigos y los familiares deberían estar constituidos por células y átomos, no por bits.