El fin de la Segunda Guerra Mundial lo puso la detonación de dos bombas (en Hiroshima y Nagasaki) que demostró al mundo el poder incontestable de los aliados. Lejos de poner fin a un arma tan terrible, abrió el melón de la curiosidad de varias potencias militares para tener su propia bomba.
La carrera armamentística acababa de empezar. La Unión Soviética, que venía siguiendo el Proyecto Manhattan (que acabó con el lanzamiento de las bombas sobre Japón) desde al menos 1943 y había desarrollado ya sus propias investigaciones con el artefacto Joe 1. La URSS desarrolló luego la Joe 2, que detonó el 24 de septiembre de 1951, liberando 38 Kt. La Guerra Fría Nuclear había comenzado. Les siguieron el Reino Unido el 3 de octubre de 1952 («Operación Hurricane»), Francia el 13 de febrero de 1960 («Gerboise Bleue») y China, el 16 de octubre de 1964 («Dispositivo 596»).
Durante toda la Guerra Fría, EEUU, Rusia y otras potencias menores se amenazaron con decenas de miles de armas nucleares prestas para disparar, según un concepto denominado overkill que garantizaba la destrucción total del enemigo decenas de veces. Con el desarrollo de los misiles de largo alcance podían llegar hasta la cocina del enemigo, aunque estuviera al otro lado del globo. Hubo varias ocasiones en que estuvieron a minutos de ser lanzadas, debido a errores o situaciones conflictivas, la más conocida de las cuales es la Crisis de los misiles de Cuba. Sin embargo, no fue la única, ni la más grave. Generalmente se considera que el más peligroso de todos los incidentes sucedió en el entorno de las maniobras de la OTAN «Able Archer 83», diseñadas en un contexto de operaciones psicológicas contra la Unión Soviética, que fueron percibidas por los dirigentes de este país como una amenaza directa real. Esto llevó a las fuerzas nucleares soviéticas al estado de máxima alerta durante semanas, mientras en Occidente se tenía una falsa impresión de tranquilidad, por lo que incluso un incidente menor podría haber disparado la respuesta nuclear.
Poco antes había sucedido el Incidente del equinoccio de otoño, donde las fuerzas nucleares soviéticas pudieron estar a escasos minutos del lanzamiento, lo que contribuyó a tensar la situación aún más.
Desde entonces se han sucedido los tratados que han puesto freno al desarrollo sin fin de las armas nucleares e incluso se ha fomentado el desarme parcial de ellas. Aunque el número de armas nucleares listas para disparar y su nivel de alerta ha descendido considerablemente, éstas siguen conformando la columna vertebral y primera garantía de seguridad en muchos países industrializados del mundo. Existen serias dudas sobre las posibilidades reales de un grupo terrorista para hacerse con un arma atómica. Además de la dificultad para apoderarse de componentes esenciales de la misma, o de un arma completa, se trata de un sistema tecnológicamente complejo con exigencias de mantenimiento y operación poco compatibles con la naturaleza clandestina e irregular de las organizaciones terroristas.
Los acontecimientos de los últimos días tras la invasión rusa y el incendio en la central nuclear del sudeste de Ucrania ha vuelto a poner en duda todo el sensible juego político y armamentístico que nos recuerda que hay un peligro real de que algo salga mal.