Mientras usted prepara la cena, juega a los dardos en un bar, pasea a su perro, sale a correr bajo un cielo oscuro tachonado de estrellas en el que reverberan las luces de un puerto espléndido, se toma un par de vinos con un amigo o asiste al nacimiento de su primer hijo, el terror se desata en París.
En París, no en Alepo, San Pedro Sula, Ciudad Juarez, Caracas, Saint Louis o Cape Town donde el terror, en estado puro o transmudado de muerte, desigualdad, degradación y miseria, campa a sus anchas, sino en París, la capital de donde acaba de llegar una familia que ha pasado unos días en Disney, en el corazón de Europa que hará latir a decenas de líderes mundiales reunidos para discutir sobre el cambio climático en un par de semanas.
Despliegue militar y cierre de fronteras anudados con lazos de solidaridad– #PorteOuverte, #PuertasAbiertas, expresivos del apoyo y el ofrecimiento de cobijo a quien lo necesitase- para enfrentar el dolor de los hasta ahora más de 120 muertos y decenas de heridos graves, para encajar la rabia y la impotencia, para sobreponerse a una violencia absurda, como lo son todas, como la que arrasó la redacción de ‘Charlie Hebdo” o las líneas de cercanías de Madrid, sobrecogiendo al mundo.
¿De dónde viene esta violencia? ¿Podría tener que ver el pasado imperialista de las principales potencias europeas, con esa libertad conquistada no sin esfuerzos por las colonias, sin que sus metrópolis se comprometiesen a devolver en términos de desarrollo social y económico toda la riqueza material, cultural y social que extrajeron de ellas? ¿Con la miopía que nos impide ver que todos somos uno, que, en una sociedad global e interconectada, el presente y el futuro de los países “desarrollados” no puede construirse dando la espalda a las zonas más desfavorecidas del planeta?
¿Sería tributaria del desequilibrio entre la burocracia opulenta e inoperante de los organismos internacionales y la viveza, azuzada por el hambre, la falta de oportunidades, la desesperación y el espejismo de la sociedad de consumo, de miles de seres humanos que anhelan una vida digna? ¿O es la respuesta a las soluciones casi siempre de carácter militar, prepotentes y rácanas que articulan las élites políticas mundiales, la única respuesta que sabe dar quien, despojado de dignidad y horizontes, se deja arrastrar en una lucha que cree justa?
El World Trade Centre en Estados Unidos o el Ángel de la Palma en México D.F. se iluminan con los colores de la bandera gala mientras París llora. Lloran Francia, Alemania, España, Gran Bretaña, China, Japón, Irán, Turquía, Sudáfrica…y la solidaridad se desborda en las redes sociales. Pero las lágrimas no bastan, no bastan los hashtag ni los artículos de condena. La fortuna de estar en la cara buena del mundo nos obliga a entender cuáles son las causas que provocan esa violencia y a dedicar tiempo y esfuerzo, mucho tiempo y mucho esfuerzo, a erradicarlas.
¡Chapeau…Lola! Con la Cumbre COP-21 próxima en París, otro paradigma se apunta si amamos suficientemente el Planeta azul que amarrillea y casparrea. Son también los ciudadanos musulmanes europeos jóvenes la mayoria que deben decir su palabra relegados por omisión a encontrar cobijo en el Estado Islámico que pide voz y voto en el consorcio mundial.