A veces vivimos sin quizás vivir realmente, cuando en determinados momentos notamos tal vez en nuestro interior una gran carencia, la del calor y la esperanza que dan siempre los sentimientos, ya sea en forma de afecto, de cariño, de aprecio o de amor.
Nos levantamos, nos duchamos, nos vestimos, desayunamos, nos ponemos la mascarilla, vamos al trabajo o empezamos con el teletrabajo —salvo que no los tengamos—, hablamos con la gente o tal vez quedamos con alguien para tomar un café, mantenemos la distancia, vamos a la compra, nos ponemos el hidrogel, volvemos por la tarde a casa, hablamos con nuestra pareja o nuestros hijos —salvo que no los tengamos—, vemos alguna película o alguna serie, leemos un libro o algunos periódicos en su edición digital, en ocasiones salimos a tomar algo, o a pasear, o a hacer a lo mejor un poco de ejercicio, cenamos, descansamos, nos vamos a dormir.
En apariencia todo va más o menos bien, pero a veces no podemos evitar sentir una especie de profundo vacío interior, que en ocasiones puede llegar a ser casi abismal, cuando algunos días percibimos, quizás injusta o erróneamente, que quienes más a menudo se encuentran a nuestro lado no acaban nunca de entendernos, de comprendernos o de empatizar con nosotros, ya sea en nuestras alegrías, nuestras incertidumbres o nuestras tristezas.
En esos momentos de soledad o de confusión personal, seguramente sólo necesitaríamos unas pocas palabras de aliento de quienes sentimos más próximos o que alguien igualmente próximo nos abrazase fuerte, muy fuerte, para ayudarnos a desvanecer tal vez nuestros miedos, para evitar quizás que empezásemos a llorar o para hacernos sentir que realmente formamos parte del mundo y que hay seres que se identifican profundamente con nosotros, y por ello nos apoyan y nos entienden.
Pero rara vez solemos pedir esas palabras de aliento o ese tipo de abrazo, normalmente por timidez o por un pudor extremo, o para no incomodar con nuestra posible tristeza o nuestra angustia a la persona que en esos instantes pueda encontrarse a nuestro lado.
A veces vivimos sin quizás vivir realmente, o esa es la sensación que podemos llegar a tener en determinados momentos si, por las razones que sea, no percibimos a nuestro alrededor lo único que casi sólo necesitaríamos en esos instantes para sentirnos de verdad vivos, que serían el calor y la esperanza que dan siempre los sentimientos, sobre todo los que nacen o surgen silencionamente del corazón.