Antes de que llegase la pandemia, el hecho de no quedar de manera habitual con los amigos para ir a comer, al cine o a tomar algo solía ser una decisión de carácter esencialmente económico, motivada por la observación detallada del saldo con el que contábamos —o no contábamos— en nuestra cuenta corriente.
Seguramente, los principales dirigentes económicos de la Unión Europea se emocionarían si supieran que muchos ciudadanos les solemos hacer bastante caso por lo que se refiere al control de déficits y posibles endeudamientos, algo que al parecer no siempre consiguen de los distintos ministros y vicepresidentes económicos de cada país.
Ahora, con la llegada de la pandemia, salir o no salir con los amigos se ha acabado convirtiendo, además, en una cuestión de responsabilidad personal. Así, muchas veces hemos optado finalmente por no quedar con nadie, incluso estando todos vacunados, si sabíamos con antelación que muy posiblemente nos encontraríamos con aglomeraciones multitudinarias con motivo de las fiestas de Navidad, de la celebración de un aniversario, del anuncio de una futura boda o de la confirmación de un próximo divorcio, entre otros muy diversos y variados motivos de dicha y alegría.
Estos tiempos tan extraños que estamos viviendo nos están sirviendo también para poder comprobar o corroborar otras cosas. Así, estamos pudiendo confirmar que dos de las grandes libertades que de algún modo vamos ganando poco a poco con el paso de los años son, por una parte, la de conservar las amistades que de verdad queremos conservar, y, por otra parte, la de no acudir a aquellos actos sociales en los que presumiblemente nos podríamos sentir algo incómodos, básicamente por nuestra posible timidez o porque seguramente no se servirán ni dulces ni croquetas.
Conservar las amistades verdaderas, que casi nunca suelen ser más de cuatro o cinco, es una de las cosas mejores que nos pueden pasar en esta vida, más allá de que luego podamos quedar con ellas con una mayor o menor asiduidad. Es intrínsecamente bueno poder contar siempre con esas contadas amistades, aunque sólo sea para charlar, sabiendo además que existen un gran afecto y un gran respeto mutuos. Son esas amistades las que nos ayudan también a sobrellevar un poco mejor nuestras propias crisis, o viceversa, unas crisis que a menudo hoy ya no son sólo monetarias o financieras.
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… la pandemia ha servido también para que nos demos cuenta de que no echamos de menos en absoluto aquello de las procesiones religiosas de semana santa, ni acudir a templos confesionales a escuchar esas tonterías de sermones, ni desfiles del orgullo clerical en fiestas señaladas, ni ridículas bendiciones a automóviles, bichos o puntos cardinales… relativizar todas esas pretendidas tradiciones nos ha abierto los ojos de que eran supuestas fechas de guardar que ahora nos damos cuenta de que no eran tan importantes, que el tiempo que dedicábamos a toda esa morralla lo podemos invertir mucho más inteligentemente en otros aspectos de nuestras vidas, haciéndonos más felices…