En unos días repletos de informaciones sobre la reforma del Plan Territorial Insular de Menorca, cinco palabras bastan para resumir la encrucijada entorno a los hoteles Milanos Pingüinos de Son Bou. Meliá Hotels International, cadena a la que pertenece el establecimiento ubicado en primera línea de playa, se ha comprometido a rebajar su altura a cambio de poder trasladar parte del aprovechamiento a dos parcelas colindantes. Lo haría, según el compromiso manifestado, incluso después de haber ejecutado una primera inversión valorada en 35 millones de euros, por la que reducirá en 98 el número de habitaciones actuales y modificará la actual estructura de los edificios, escalonándola para minimizar su impacto visual.
Es comprensible que esta voluntad de MHI suscite dudas, pero cabe recordar que la hotelera cuenta con una solvencia demostrada y con unos planes de expansión bien definidos, una y otros relativamente publicitados, habida cuenta el ejercicio de transparencia que le impone su carácter de empresa cotizada y su propia política de responsabilidad social corporativa. Según MHI, esta política se traduce, entre otros aspectos, en ofrecer a los huéspedes las mejores experiencias personalizadas de alojamiento, buscar la forma de generar prosperidad y desarrollo sostenible en las comunidades donde opera, y contribuir el entorno medioambiental y paisajístico.
En mayor o menor medida, estos aspectos de la RSC colisionan con los dos impactantes edificios del Milanos Pingüinos, como lo hacía la degradación de Magaluf, donde Meliá no ha dejado de invertir con el objetivo de contribuir a la revitalización del destino mallorquín y, con ella, a la mejora de la rentabilidad de su negocio, sin la cual no sería posible la generación de riqueza y empleo, y, por supuesto, el retorno a los accionistas. Porque sí, MHI es una empresa y las empresas están, y deben estar, a lo que les da sentido: generar y redistribuir riqueza, eliminando o minimizando los impactos negativos a poder ser, o por utilizar una fórmula más actual, ser sostenibles económica y socialmente.
En Son Bou, Meliá parece estar por eso y ahora es el turno del Consell de Menorca que tiene en su mano aprobar los cambios normativos (y hacer partícipe de ellos a la ciudadanía) para que la hotelera pueda materializar su compromiso. Reconozco que no resulta sencillo decidir si se prima eliminar el impacto visual y paisajístico de los hoteles o el valor ambiental de las parcelas a las que se trasladaría el aprovechamiento, pero hay que tomar una decisión al respecto y, una vez tomada, justificarla para que las actuaciones que se realizen en base a la misma, queden debidamente amparadas. Aquí se trata de Son Bou, pero puede haber otros puntos de conflicto, situaciones excepcionales, que obliguen a una poderación similar y a la necesidad de adoptar soluciones específicas.
Como ya ha sucedido en el pasado, el Consell ha anticipado dificultades, y, aunque el realismo se agradece, seguir parapetándose en materia de ordenación territorial en no querer caer en el “urbanismo a la carta” o en la “culpa” del PTI que aprobaron unos y de su no modificación por parte de los otros, no lleva a ningún sitio. Llegado el caso, que nos frenen directrices superiores, que nos paralicen imponderables, pero no prejuicios y reproches. Sólo así podremos afrontar encrucijadas como la de Milanos Pingüinos como oportunidad para revertir “desaguisados” del pasado, más cuando se cuenta con un inversor con voluntad, dinero y experiencia contrastada en generar prosperidad sostenible allí donde opera.