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“El castillo de Kafka”

Un artículo de Adolfo Alonso

Jugando con hojas de otoño.
Jugando con hojas de otoño.
(Foto: JOSÉ LUIS BENDITO - FOTO CLUB ATENEU DE MAÓ)

Hemos visto esta semana como unos menores presuntamente asesinaban a una trabajadora social que estaba en su centro de acogida. No es más que una de las manifestaciones de las dificultades, quizá impotencia, del sistema, dicho como sinónimo de “El Castillo” de Kafka, que tenemos para afrontar la problemática de los menores en situación de riesgo o de desamparo.

 

No hablo de los menores emigrantes de edades desconocidas, sino de los menores y adolescentes en general.

 

Las historias personales de menores que son institucionalizados es muy terrible, sus suicidios lo son aún más. Institucionalización, se llama así  a aquellos que ingresan en el circuito de las consejerías de asuntos sociales y familia, tutelas, internamientos en centros de menores, planes de actuación familiar, pisos de acogida, cumplimiento de condena en centros especiales de acuerdo con la ley penal del menor, y los juzgados de menores.

 

Los adolescentes de hoy no son los adolescentes de la anterior generación. Han tenido acceso a muchísimas más información por los móviles y las redes sociales, y a la venta de droga de forma muy fácil, casi suministrada en puerta a puerta. La edad biológica ha dejado de tener sentido en relación con las responsabilidades de sus actos. Un adolescente de 14  a 16 años y un joven de 16 a 18 de hoy no son los mismos que la anterior generación. En algunos los vemos robando, realizando agresiones sexuales, asesinando, y beneficiándose de la edad cronológica, sin que el Castillo de Kafka, como metáfora de la administración del estado, sea capaz de sensibilizarse y de establecer.

Esto no puede ser. Es necesario endurecer el tratamiento de los menores. Partimos de una base modo Rousseau y el buen salvaje: el hombre es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo pervierte. Esto no es exactamente así. Vivimos una sociedad en la que los menores tienen muchas más posibilidades de ser pervertidos, pero eso no les justifica. El delincuente ¿nace o se hace?. En “El silencio de los corderos” está la respuesta, y en los teléfonos móviles y en las tablets y ordenadores sin control también. Es imposible generalizar, puesto que el sustrato familiar estable es esencial para los chicos y chicas, pero, aquí no hay política ni religión en lo que digo, la familia ya sea divorciada o conviviente es fundamental en los chicos.

El divorcio no supone dejación de paternidad ni maternidad ni de las obligaciones de educación. Cuando los chicos entran en la maldición legal de “situación de desamparo” y las autoridades autonómicas se hacen cargo de su tutela legal, y de las decisiones sobre su bienestar, entonces entramos en el castillo kafkiano, en el que el administrado, el ciudadano, padre, madre, familia, se pierden en el conflicto con LOS TÉCNICOS. Lo pongo en mayúscula porque la administración no es de los políticos, no es nuestra, no es de las elecciones democráticas es de los TÉCNICOS, especialmente trabajadores sociales o psicólogos. Cuatro técnicos de entre 25 y 35 años de edad, no parece que puedan ser muy útiles ante una problemática de chavales de 14-16 años. Se los comen o, como defensa, se despersonalizan, y entonces el estado se convierte en papá estado que no es lo mismo que papá y mamá biológicos. El Estado no tiene ni alma ni afectos.

 

Recientemente en la península, una niña bajo la tutela de la consejería correspondiente, se suicidó. El número de niñas que se autolesiona va en aumento. el número de niños disociados también. El número de niñas que son objeto de abusos sexuales está en la prensa, y ahora nos encontramos con el presunto asesinato de una trabajadora social.

 

La sensación cuando se trabaja en este territorio del límite, es que no va a pasar nada, que nunca pasa nada, pero desgraciadamente la experiencia dice que sí pasa y que cada vez pasan más cosas. Los técnicos, en general sin nombre y apellido, parecen en muchas ocasiones como los funcionarios estalinistas de un estado despersonalizado, donde la autonomía privada de la voluntad, de las familias desaparece, o se minimiza bajo la idea del poder de la administración.

Hemos vuelto a la idea del Orden público, ¿se acuerdan del TOP?, el Tribunal de Orden Público, y bajo esta idea de que algo es de orden público, se puede decidir al margen de los sujetos. Una declaración de desamparo administrativa o judicial es de orden público, y no hay nada que hacer, y los niños pasan a ser carne de institución pública, y ahí se acabaron los sentimientos individuales.

Un sistema que lleva a unos chicos a matar a una trabajadora social no es un sistema sano sino tóxico, o que lleva a abusar sexualmente de las niñas en los centros. Un sistema que lleva a que un menor de edad por cinco días viole a una discapacitada y que el Juzgado de menores no la crea, pero que lleva a que los dos mayores de edad, con partícipes sean condenados por un tribunal de adultos es un disparate de sistema. Que los servicios sociales entren en un colegio por sorpresa para coger a un niño y que la policía lleve a la comisaría de policía a otra niña, y no comunique más su paradero a su madre, es una historia de Kafka. Poco importa que haya sido admitída a trámite en el Tribunal Constitucional una demanda por vulneración de derechos fundamentales de los menores, si los tiempos de tramitación por el colapso de la administración de justicia harán inútil una hipotética resolución favorable.

 

No somos más que objetos de un sistema que se nos presenta como un protector. El estado del bienestar y el estado social de derecho no lleva al intervencionismo estatal del castillo de Kafka, ni al personaje del agrimensor. Esta idea la dejo para la reflexión, esperando que la ciudadanía se rebele contra ella.

 

Mientras tanto no olvidemos que estos chicos no son hojas de verano, o como
hojas marchitas o marchitándose y los adultos no pueden jugar con hojas de otoño.

 


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