Es de dulce sentir los Días Santos como lo escenifica la película Una Pastelería en Tokio.
Críos, los de siempre, era nuestro pasatiempo recorrer al día siguiente el paso de las Procesiones Santas para recoger gotas de cera del suelo y así hacernos bolas y otras figuras para jugar.
Me afana ver como la inventiva de la infancia descubre un juego en donde los adultos hemos sido serios y tétricos sin más.
Las procesiones que esta Semana Santa han dejado rostros llorosos… ¿Han dejado gota de cera fresca con que modelar y reinventar nuestro presente…un día después?
La urbe con sus habitantes es el lugar de moneda de trueque donde acaece y se oferta todo.
Lo que más llama la atención de esta película en cera… es su sentir solido de que la vida es bella descubriéndola como en 3D sea en una puesta de sol multicolor; en la escucha de la enseñanza de los árboles reverdeciendo en primavera; en la ascesis de las flores vistiéndose sosegadamente; en el gusto por la disciplina laboral que estructura la existencia de una mayor dulzura y felicidad y en definitiva por el descubrimiento del propio sí… remodelándose.
El proyecto de vida, pues, es dejar formarse por el empujón de origen que reza “Hagamos al hombre”… varón y hembra según el patrón y sueño creados. Pero añadiendo un “apellido” a éstos que los haga únicos y reconocibles…, sí, con un ombligo propio.
Este nudo de “Edipo” ambivalente entre el egoísmo y el amar nos sostiene y en equilibrio constante nos previene en tornarnos “caricatura” de un otro irreconocible. Así el amor a uno mismo se basa en la seguridad de sentirnos en “religión” con el otro que es “yo” también… y hace llevadera la respuesta común al acertijo: “¿Cuál es el ser vivo que con una sola voz tiene cuatro patas, dos patas y tres patas?”…“El ser humano… puesto que cuando es un bebé gatea, camina sobre dos cuando crece y cuando es anciano se apoya sobre un bastón”.
Esta empresa de sentir el ser en “Cera” aboca en lo inevitable del existir… con la desaparición de los familiares y amigos queridos, la enfermedad incurable, la muerte “cara a cara” en salto libre al vacío…
A guisa de finalizar cito al biólogo y moralista Jean Rostand de su libro “Inquietudes de un biólogo”: “No me importa saber cómo será el aspecto de las ciudades el día de mañana, la arquitectura de las casas y la velocidad de los vehículos… Me importa, sobre todo, saber el sabor que tendrá la vida, el valor que guardará el amar y el sentirse amado…
Me pregunto ¿De qué pozo sacaremos agua para saciar nuestro refrigerio cotidiano? Se gana más amando que entendiendo las cosas…
Cuando lo viejo no muere y lo nuevo no acaba de nacer… se produce la crisis”. La anciana Tokue de los ricos pastelitos “Dorayakis” lo encapsula tras su defunción en su registradora digital “Jefe, hemos nacido en este mundo para verlo y para escucharlo. No importa en qué nos convirtamos, no hace falta ser alguien en la vida. Cada uno de nosotros le da sentido a la vida de los demás…tras la muerte algo demora para remodelarse”.