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“Berlín”

Un artículo de Jaume Santacana

Vista de Berlín.
Vista de Berlín.

Acabo de revisitar Berlín, la capital de Alemania Federal. He cambiado de año en plena Alexanderplatz, el centro neurálgico de una urbe maltratada por las circunstancias provocadas por uno de los fanáticos radicales más decisivos de la historia contemporánea, Adolf Hitler, el Fuhrer del nacionalsocialismo germano de los años treinta y cuarenta del siglo pasado; el líder indiscutible del nefasto movimiento nazi. Y cuando escribo “indiscutible” me refiero, exactamente, a un hecho que nunca hay que olvidar: el ascenso a la máxima y más alta representación del estado alemán por parte de Hitler se produjo de manera harto democrática, es decir, a través de las urnas. También con las elecciones libres hay que tener cuidado. Por otra parte, los teutones, en forma de grupos o masas, con un número indeterminado de jarras de cerveza y unos compases de valses interpretados por instrumentos de viento y acordeones, son impredecibles además de gregarios. Si a esto le sumamos el sentido de la obediencia ciega, ya la tenemos armada.

El fuhrer jugó en su provecho con la caótica situación económica del país transformada en una grotesca e imparable inflación monetaria y acabó de hinchar el globo del desgobierno con su salvaje afición a la caza de individuos de raza judía (sin tener en cuenta su procedencia) con el objetivo de “levantar” una Alemania “limpia” según su modelo de raza aria inconfundible. De ahí, la creación del “Imperio del mal”.

De todas maneras, los berlineses sufrieron, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, otra bendición divina: la división del territorio ciudadano entre regímenes aliados y la “protección” del comunismo más atroz. De hecho, esta desgraciada situación la vivió todo el pueblo alemán en la mitad de sus landers (Estados Federales), aunque fue en la capital donde la tragedia creció en su máxima degradación humana, ya que los habitantes de Berlín se vieron separados de sus familiares, vecinos y amigos por las monumentales medidas de separación; entre ellas, el triste “Muro”.

De manera que, bien mirado y con la distancia debida, resultó que la mitad de los berlineses vivieron el salvaje reto del nazismo y, a continuación, se tragaron el imperio comunista más rotundo y miserable. En mitad de este cambio de regímenes políticos e ideológicos el conjunto de la capital germana vivió, con terror, los bombardeos de los países aliados que dejaron el país entero y Berlín en concreto, arrasado: como un campo de fútbol.

Berlín es hoy, una ciudad abierta, un paisaje entre la desolación y la modernidad. En casi toda su enorme extensión se pueden observar los edificios (casas, palacios, museos, iglesias, etc,) que quedaron en pie junto a extensas zonas de construcción moderna y, junto a este panorama, todavía quedan amplias áreas en continuas obras o, en su caso, inmensos solares. Curiosamente, en la repartición de territorios opuestos se dio la curiosa circunstancia de que la parte “bonita” fue la que se quedaron los súbditos del régimen comunista.

Un servidor visitó, en su día, las dos partes divididas: la aliada y la comunista. El contraste era de una bestialidad acusada. Uno salía de la zona americana, francesa o inglesa (repleta de luz, lujo, coches impactantes y tiendas repletas de contenido) y entraba -con un severísimo control policial- en las tinieblas del comunismo (bombillas apenas visibles, tiendas vacías, coches de juguete y una miseria inconfundible). Así era; así fue durante muchos años.

Ahora, los berlineses disfrutan, en su conjunto, de un nivel de vida más que aceptable; Alemania es un país que lidera la economía europea y mundial: el timón del viejo continente y un sólido guardián de la estabilidad política universal. Y Berlín es una ciudad alegre y orgullosa de su trayectoria actual.

Nikolai Viertel es un pequeño barrio -cercano al “Ayuntamiento Rojo” y a la propia AlexanderPlatz- en en el que se respira un cierto aire entre medieval y antiguo y en el que recorrer sus callejuelas tiene un encanto apreciable. En esta recóndita zona, sus establecimientos de restauración (sean bares o restaurantes) se erigen en un feudo del bienestar, con una decoración que roza la inteligencia y la sensibilidad y una alta consideración gastronómica, sencilla pero eficaz. Un tranquilo paseo -acompañado de un amor efervescente, pasional y auténtico- por sus calles adoquinadas rodeadas de casas de modelo neerlandés, y bajo la generosa sombra de sus bellos árboles regados por el cercano Spree (el rio berlinés), se puede convertir en un placer digno de la confianza del visitante; silencio, belleza y armonía.


Comment

  1. … a todo el mundo le cuesta admitir que el surgimiento del nazismo fue en realidad una guerra de religión más, como aquellas que asolaron el continente de manera continua en siglos pasados… Adolfo era católico, y de pequeño ya asimiló en misa que los judíos eran los culpables del tormento y ejecución de su héroe Cristo, según peroraban desde los púlpitos, así que su mesianismo se desató en cuanto obtuvo el poder, y el resto es historia… luego derivó en la fanática búsqueda de runas y artilugios fetichistas religiosos, reliquias y tonterías varias, de antiguos cultos nórdicos, eso también está documentado… los creyentes con poder son lo peor…

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