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“Voy a hacerme antisistema”

Un artículo de Jaume Santacana

Foto: Pixabay
Foto: Pixabay

“¡A la vejez, viruelas!” Por si alguien desconociera el significado de este bonito dicho castellano, se refiere a aquellas acciones que algunos viejecitos realizan y son consideradas como “impropias” de su edad; la viruela era una enfermedad de características dermatológicas que solían padecer los niños; de ahí la expresión.

Un servidor ha entrado, ya, en la etapa de los vejestorios y, en conmemoración de tamaña incorporación, empiezo a adquirir algunas costumbres de raíz plenamente juvenil. Ayer, por ejemplo, pensé que me voy a hacer antisistema. Me salió del alma y en un tris-tras me convertí al grupúsculo de humanos dedicados a despotricar contra el sistema. En mi caso, mi rechazo al sistema es múltiple, considerando que mi actitud no se refiere, sólo, a un sistema sino a dos: el Sistema Métrico Decimal y, como propina, el Sistema Solar. Lo tengo muy claro: en el primer aspecto, en el Métrico, mi repulsa se basa en la absoluta inutilidad de dicho sistema; la cosa está más obsoleta que los submarinos descapotables. Hoy en día, si ustedes se fijan bien, ya casi nadie mide nada, ni pesa nada, ni mesura ninguna capacidad más o menos líquida, ni sólida ni gaseosa. Lo del medir ha sobrevivido para los constructores de piscinas olímpicas o para los ingenieros de caminos cuando se ven obligados a perforar un túnel; pero claro: ya me dirán ustedes cuántas piscinas olímpicas se construyen a la semana o cuántos túneles se agujerean cada día.

Por lo demás, ya no se pesan las barras de pan (menos mal, porqué destaparíamos uno de los fraudes más importantes de la historia), ni las cerezas (que, como todos los alimentos, ya vienen convenientemente envasados), ni las personas (por miedo a que el resultado de la báscula les provoque un infarto). Pesar, actualmente, equivale a lo que, antaño, consistía en pedir una conferencia con el extranjero por teléfono.

En cuanto a mesurar los líquidos, estamos en las mismas: lo que no son botellines son tetrabricks; las gasolineras ya no disponen de medidas de control a disposición de los usuarios (otro menos mal, ya que saldría a la luz un escándalo por fraude colosal); y el butano, aunque se considere gas, llega embotellado de tal forma, blindado hasta los topes y opaco como un biombo chino, que cualquiera se atreve a examinar los litros o quilos que contienen sus envases color butano, mejorando la maravillosa redundancia.

Mi rechazo al segundo sistema citado, el Sistema Solar, no admite dudas: otra solemne gilipollez. ¿Me puede alguien explicar a quién canastos le importa este sistema tan anticuado y nada resultón? La cosa planetaria —relacionada con la Tierra y otros objetos astronómicos que giran directamente en órbitas alrededor del Sol— se ha convertido en un estudio ridículo y fuera de lugar. No tiene sentido. Dejando aparte que el mariposeo de las órbitas es aburridísimo, las distancias entre planetas, la aparición constante de nuevas estrellas, los meteoritos que vagan por el triste espacio sideral y toda esta gama de memeces más allá de nuestra querida atmósfera, no sirven más que para distraer a los ancianos que se dedican al arte de la astonomía: cuatro y el cabo.

En mi nueva autodefinición como antisistema, voy a empezar a quemar contenedores, destrozar escaparates de bancos y comercios a pedradas y a arremeter contra toda fuerza del orden con el sano objetivo de que sean abolidos, de inmediato si puede ser, estos dos sistemas que no hacen más que envenenar la convivencia y aumentar las desigualdades entre los ciudadanos inteligentes y los más torpes: que no todos somos iguales, para que se enteren los listillos de turno.

En cuanto me haya entrenado un poquito en las técnicas de guerrilla urbana, voy a armar la gorda.

Advierto.


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