Eso mismo me pregunto yo: ¿Qué pasa con la música? Sinceramente, nunca en la vida me había planteado este interrogante; jamás de los jamases había transitado por mi sobria mente ni una sola duda al respecto. Entonces, la pregunta, las preguntas son: ¿Por qué, a día de hoy, tal incertidumbre me invade el cerebro?; ¿a santo de qué?; ¿qué mosca me ha picado para para que, a estas alturas, tal idea aparezca de repente en mi frágil coco, aparentemente sin ton ni son ni almas del Purgatorio?
La verdad, no se qué decirles. Después de formularme tamaña inquietud no se me ocurre nada más digno que ir a la raíz del tema e insistir en el motivo que ha causado este postizo disparate. Y las nuevas preguntas serían: ¿Ha pasado algo con la música?; ¿debería haber sucedido alguna especial particularidad con este arte sonoro? Si no es así, si éste no es el caso, entonces me veo en la obligación de pedirles mis más efusivas disculpas y dejarlo correr, es decir, hacer caer el telón de este estúpido e ineficaz artículo; y aquí paz y después gloria.
Pero, vamos a ver: ¿Y si ha pasado algo con la música y yo no me he enterado? ¡Ah, amigos, la cosa cambia, y de qué manera! Hay que tener en cuenta que si un servidor, brillante opinador nato, titula este papel entre signos de interrogación —como tiene que ser— brindando una problemática sobre un tema (en el caso que nos concierne sería la música) y resulta ser que no existe ningún tipo de nebulosa sobre el mismo, entonces una nueva reformulación aparece en el discurso: ¿Qué estoy haciendo? Pues miren ustedes, la respuesta es bien simple: estoy haciendo, lisa y llanamente, el gilipollas; así de claro, sin tapujos ni fingimientos ni, mucho menos, rodeos. Es, precisamente, en estos dramáticos (para mí, claro) momentos cuando, tenso por la situación y tecleando esforzadamente, no tengo ni la más mínima idea sobre como deshacerme de este maldito embrollo en el que, sin comerlo ni beberlo me he visto, muy a mi pesar, embutido.
Pero, aun así, la duda persiste en mi cabezón. Supongamos que sí, que ha pasado un hecho trascendente relacionado con la música y que yo, a la vejez vihuelas. ¿Qué puede haber acontecido? Pues, a lo peor, la música ha desaparecido del planeta. ¡Joder, vaya papelón! Si así fuere, la gente lo habría notado de inmediato; ¿o no? ¿ustedes están continuamente pendientes de si hay música o se ha acabado definitivamente? Yo, por descontado, no. Tengo otras cosas más importantes que hacer en mi trepidante vivir diario.
Conecto mi aparato de radio y, casi al segundo, suena Love is a catastrophe de Pet Shop Boys, con lo que voy y me digo: ¡hay música, todavía! Un par de minutos más tarde reflexiono: no tengo artículo. Para contrastar esta primera sensación —subjetiva a tope— me pongo en contacto con el maestro Ratwin Stokhavinskje, el gran gurú de la música mundial, el no va más del conocimiento musical del Sistema Solar quien, muy amablemente, me aclara que, en efecto, ha habido un corte a escala global que ha cercenado el suministro musical aunque sólo ha durado una milésima de segundo y que, una vez restablecido el abastecimiento la normalidad ha vuelto a ser la tónica general. ¡Ya decía yo…!
Total, aclarado el asunto, sofoco el ordenador y me aposento en mi sofá para empezar a escribir una novela: “Juan pegó un violento puñetazo sobre la mesa del comedor y exclamó: estoy hasta los cojones…”.
Eso, eso, buena literatura; ¡voy a flipar!